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Actualizado: 26 de mayo de 2025


En los animados corrillos todo era risas, chacota, correr de aquí para allá. Las muchachas saltaban; los mozos corrían en su persecución; los chiquillos, vestidos de harapos, daban volteretas, y sólo los asnos se mantenían graves y reflexivos en medio de tanta inquietud y algarabía.

Las mujeres dormitaban en los rincones, o formando corrillos oían cuentos de brujas y milagros de santos con un silencio religioso. ¡El amo! dijo el aperador al entrar. ¡Arriba! ¡Arriba! ¿Quién quiere vino? gritó alegremente el señorito. Todos se pusieron de pie, sonriendo a la inesperada aparición.

La calle en que habitaba, una calle del arrabal, tranquila y corta, con jardines y casitas bajas, me pareció más agitada que de ordinario. La gente charlaba formando corrillos delante de las puertas. La de la casa de Sieboldt estaba cerrada, pero las persianas no. Todo era entrar y salir las gentes con aspecto triste.

Por los balcones abiertos penetraba el hálito caliginoso de las neones de verano, cargado de enervantes perfumes. La plazuela animábase. El calor arrojaba de sus estrechos cuchitriles a la gente de los pisos bajos, y las puertas estaban obstruidas por corrillos de blancas sombras sentadas en sillas bajas y respirando ruidosamente.

Los cortesanos que habían sido fieles a la persona, pero que no simpatizaban con las ideas, se preparaban a abandonar la casa. Las salas, las galerías, las cámaras, estaban llenas de corrillos.

Cansado de tanto correr, durante los tres días, entró en el colegio, tomó la pluma, y enjaretó su famoso Discurso apologético macarrónico. A medida que iba escribiéndolo, leía trozos de él en los corrillos de estudiantes, y bien pronto la fama de aquellos graciosos dislates se extendió por San Isidro, llegó a oídos de los Padres, y estos pidieron el manuscrito 11.

Los maldicientes que se creían mejor informados, referían de las tres Gracias verdaderas enormidades en los corrillos del público voraz. Las tres Gracias, y por añadidura en conserva, eran las tres viudas verdes: en una palabra, la Montálvez y sus dos amigas Leticia y Sagrario.

Y a buen paso, con el manteo ondulante, abandonaban la iglesia cada uno por su lado, evitando formar grupos ni corrillos, atento cada cual a librarse de responsabilidades, a aparecer limpio de toda complicidad con los enemigos del prelado. El Tato reía de gozo viendo la dispersión y el azoramiento de los señores del coro. ¡Corred, corred! ¡Bueno os va a poner el cuerpo el tío...!

En los corrillos del Senado se susurró por centésima vez que don Luis María de Ágreda terciaría en la discusión de cierto proyecto de ley. El pobre señor lo deseaba con toda su alma, pero no se atrevía.

El Cura, persona muy juiciosa y prudente, puso paz en ambos ejércitos, y la budística población volvió a su calma y tranquilidad habituales. Porras fué llevado a una reunión extraordinaria, especialmente convocada para que el incrédulo «Canta Claro» saliera de allí vencido «por los hechos». Así lo dijo en varios corrillos el sabihondo Jurado que era el más fanático de la cohorte nigromántica.

Palabra del Dia

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