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Actualizado: 26 de junio de 2025


De aquellos amores tan largos, tan vivos, no quedaría más que un hombre paseando su dicha por Europa, y en Lancia una pobre mujer vieja y triste sirviendo de befa a los corrillos de Altavilla. Sus carnes fláccidas temblaron. Los instintos vengativos de su raza gritaron furiosos, avasalladores. ¡No, no podía ser! Antes arrojarle su hija muerta a los pies, antes clavarle un puñal en el corazón.

Corrillos de periodistas y diputados, de financistas y de dandys, de extranjeros curiosos y de provincianos muy currutacos, hormiguean allí, en alegre confusion con las damas elegantes, todos en incesante vaiven, rozándose sin ceremonia, aspirando con libertad y espíritu expansivo el aire del campo.

En la puerta del cafetín amontonábase la granujería, siguiendo con mirada ávida el voltear de los trozos de pasta entre las burbujas del aceite, y dentro del establecimiento, los hombres, formando corrillos ante el mostrador, hablaban a gritos o se impacientaban al ver que el cafetinero, según propia afirmación, no tenía bastantes manos para servir a todos.

El verdadero observador comprendería, no obstante, al oírlos disertar en las tertulias de las tiendas y en los corrillos de la calle, que sólo el amor, acaso demasiado ardiente, a la justicia les obligaba a minorar los méritos de su convecino y renunciar de este modo generosamente a la parte de gloria que en ellos pudiera refluir por este concepto. El matrimonio de Granate causó profundo estupor.

Los celosos eran otra banda; éstos, unos estaban en corrillos riéndose y mirando a ellas; otros, leyendo coplas y enseñándoselas; cuál, para dar picón, pasaba por el terrero con una mujer de la mano; y cuál hablaba con una criada echadiza que le daba un recado.

Pronto supe que en todos los corrillos, en todos los mentideros, en cada casa, decían y repetían que estaba yo enamorado; que me bebía los vientos por la hija del acaudalado dueño de Santa Clara. Una tarde recibí una cartita de don Román, una esquela muy punticomada, escrita gallardamente, con aquella la excelente letra de Palomares que años atrás dió a mi maestro fama de habilísimo pendolista.

Asimismo me he dejado arrebatar al acordarme de ver en Buenos Aires aquel raciocinio general sobre si puede ó importar al Estado la costa patagónica, haciendo la descripcion de sus terrenos, aguas, temperamentos, frutas que produce y que puede producir, sin que la hayan visto ni pintada, ni entiendan su pintura: entre los cuales representan un gran papel aquellos que han estado aquí, ó en San José, sin que hayan visto que terrenos son estos; pues su inaplicacion, pereza, cobardia é ineptitud no les ha dado lugar á que se separen talvez cuatrocientos pasos de la orilla del agua ó habitacion: y estos tienen en toda asamblea voto decisivo, y como están unidos con su pereza y aborrecen el trabajo, son los mas empeñados en formar corrillos contra estos establecimientos.

Según lo que supe después al ir a Sanlúcar acompañando a la familia, D. José María había forjado una novela de heroísmo y habilidad por parte suya; en diversos corrillos refirió el extraño caso de la muerte de su hijo, suponiendo pormenores, circunstancias tan dramáticas, que por algunos días el fingido protagonista fue objeto de las alabanzas de todos por su abnegación y valentía.

No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra; no des tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que, como buenos vasallos, a los tuyos siempre han hecho.

Además sentía vergüenza; aquello había sido como lo de ser literata, una cosa ridícula, que acababa por parecérselo a ella misma. No osaba pisar la calle. En todos los transeúntes adivinaba burlas; cualquier murmuración iba con ella, en los corrillos se le antojaba que comentaban su locura. «Había sido ridícula, había hecho una tontería»; esta idea fija la atormentaba.

Palabra del Dia

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