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Vd. lo sabe, se lo he dicho mil veces; y Vd., mirándome con su acostumbrada indulgencia, me ha contestado que el hombre no es un ángel y que sólo pretender tanta perfección es orgullo; que debo moderar esos sentimientos y no empeñarme en ahogarlos del todo.

Ustedes me han auscultado, me han preguntado si me canso al subir escaleras, a lo que yo he contestado que, desde luego, me canso mucho más que al bajarlas, me han obligado a respirar fuerte, y, por último, con un gesto de infinito desdén, me han dicho: ¡Bah!... Usted no tiene más que un simple resfriado...

Ignoraba que Avrigny estuviese comprometido con usted; pero a la primera palabra que me dijo de este compromiso, retiré, como sabe, mi petición. Confiésole que casi la he renovado respecto a Antoñita, y mi pobre anciano amigo me ha contestado que por su parte no pondría inconveniente alguno a este proyecto. ¿Podré obtener el asentimiento de usted como he obtenido el suyo?

Quería contar de un golpe toda la historia de sus amores: se extrañaba de que Aresti no sintiera el mismo entusiasmo que él y le escuchase con gesto irónico, que daba á su cara una expresión de Mefistófeles bondadoso. ¡Ay, qué tarde aquélla, en la que Pepita, paseando por su jardín de Las Arenas, y aprovechando una corta ausencia de su madre, le había contestado afirmativamente!

En vano intentó el príncipe hablar otra vez. Por esto huyo de ti; por eso no he contestado tus cartas. no tienes la culpa; pero eres el remordimiento, y tu presencia resucita mi crimen... Además, me conozco; no soy mas que una pobre mujer, como quien dice la debilidad, la inconsciencia, el olvido.

Ambos, en el primer momento, habían contestado en singular, cuando lo natural era que hubieran dicho: «AcudimosFerpierre concedía cierta importancia a este hecho, del que le parecía poder deducir que no habían estado los dos juntos, como lo aseveraban. Pero ¿cuál de los dos se encontraba con la Condesa? ¿Quién mentía? ¿Sobre quién recaían las sospechas?

Han hablado del asunto con motivo del duelo que Tasso describe en Jerusalén libertada: el Conde ha desafiado en broma a papá, pero éste ha contestado meneando la cabeza: «Esas no son ya cosas de nuestra edad!...» ¡Esta respuesta me ha disgustado tanto! ¿Entonces se cree viejo? ¡Y apenas tiene cuarenta y nueve años!

Costárame algunos días de dudas y vacilaciones tomar aquella resolución. Antes había intentado, sin éxito feliz, sobornar a una de las mandaderas del convento para que entregase una carta a la hermana San Sulpicio. Me había contestado con indignación, poco menos que poniéndome la cruz como al diablo.

El cura había escrito al señor de Pavol para notificarle que la señora de Lavalle se hallaba enferma, pero los progresos de su mal fueron tan rápidos, que mi tío recibió el despacho que le anunciaba el desenlace fatal, antes que hubiese contestado a la carta del cura. Y nos telegrafió, en seguida, participándonos que no le era posible asistir al entierro.

Otro día, en que, a su parecer, no había contestado con bastante respeto a su padre, se presentaba repentinamente en el despacho, se hincaba de rodillas y le pedía perdón. Don Mariano la levantaba del suelo con ojos espantados.