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Actualizado: 12 de junio de 2025
Todo esto, según la pasión se lo iba sugiriendo y según iba pasando y volviendo a pasar por su cerebro como un tropel de diablos que giran en danza frenética, no consentía que lograse un instante su reposo. En vez de dormir se revolcaba en la cama, y sus nervios excitados le hacían dar brincos.
Contra el parecer de los médicos, murió el príncipe en los brazos de Doña Juana. Y sin embargo, esta señora era tan austera y esquiva, que no consentía que le vieran ni el rostro.
Verdaderos o inventados estos cuentos, contribuían a acreditarle entre el elemento infantil de Lancia como un monstruo de ferocidad del cual había que huir, si el temblor de las piernas lo consentía.
A las ocho de la noche, después de haber cenado con D. Miguel y de haberle visto retirarse a la cama en la dulce compañía de sus pistolas de chispa, el P. Gil salió de la rectoral con dirección a la casa de su protectora D.ª Eloisa Montesinos. Pocas veces iba a la tertulia que ésta reunía por las noches. Ni tenía gusto en ello, ni el régimen severo de la casa del cura lo consentía.
Doña Manuela experimentó gran extrañeza al tropezar con una tenacidad que nunca había supuesto en su hijo. Se negaba resueltamente a firmar otro pagaré garantizando el crédito de su madre, y menos consentía aún en hipotecar su huerto para adquirir los tres mil duros. No, mamá decía tímidamente, pero con firmeza ; no puedo. Ya sabrá usted más adelante que eso no es posible.
¡Puño! exclamó arrebatado de furor. No sois más que unas ruines mujeres. ¿Vais á dejar que ese cerdo se vaya riendo de la gracia? No será ¡mal rayo! mientras Bartolo de Entralgo tenga cinco dedos en cada mano. Y alzándose con toda la presteza que le consentía la magnitud de su trasero, se dirigió á la puerta y la abrió con violencia.
Se preciaba de bien nacida, de leal en sus tratos, de fiel a sus compromisos y de tener una conciencia tan escrupulosa y estrecha, cuanto su profesión consentía.
Tan enamorada estaba Isabelita de su tesoro de cachivaches, que lo reservaba de todo el mundo, hasta de su mamá; pues esta se lo descomponía, se lo desordenaba, y parecía tenerlo en poca estima, pues alguna vez le dijo: «No seas cominera, hija. ¿Qué gusto tienes en guardar tanta porquería?». La única persona a quien ella consentía poner las manos en el tesoro era su papá; pues este admiraba la paciencia de la niña y le alababa el hábito de guardar.
Su vista se fijó en ellas. El corazón le dijo que algo de muy interesante encerraban. Entonces las leyó con pausa, con interrupciones, con muy frecuentes interrupciones, porque el llanto se agolpaba en sus ojos y la cegaba y no le consentía que leyese.
El tren pararía media legua antes de Piedrasblancas, ¡pero cuidado con bajarse en seguida! ¡Mucho cuidado! Pierda usted cuidado. En efecto, al poco rato el tren detuvo un instante su marcha; sólo el tiempo necesario para que marido y mujer dijesen a Andrés: Buenas tardes, caballero, feliz viaje y se bajasen con la premura que les consentía la pesadumbre de sus cuerpos.
Palabra del Dia
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