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Actualizado: 12 de julio de 2025


A veces consentía en recibir a algún viejo aristócrata: penetraba en la sala tartamudeando adulaciones, rozando casi la alfombra con sus cabellos blancos; e inmediatamente, cruzando sobre el pecho las manos de fuertes venas donde corría sangre de tres siglos, me ofrecía su hija por esposa o para concubina.

Nuestro héroe, sin meterse en filosofar sobre lo dicho, lo tenía más que sabido. Así es que, por esta consideración, aunque no atendiese a otras, hallaba más difícil escribir a Inesita que a doña Beatriz. Escribir a doña Beatriz, como casada, el uso, la práctica, la jurisprudencia establecida, lo consentía sin que pasase por injuria.

Ya habían traspuesto Benina y Almudena, en su tarda andadura, la línea de los Viveros, cuando la anciana vio pasar veloz como el viento, el jamelgo de Ponte, y comprendió lo que había pasado. Ya se lo temía ella, porque no estaba Frasquito para tales bromas, ni su edad le consentía tan ridículos alardes de presunción.

La suprema felicidad para el guarda, la única que le consentía su profesión, era que Velázquez viniese á buscarle á la casilla un día que le quedase libre y le llevase con otros tres ó cuatro amigos á una taberna de las afueras para cañear y pasar la tarde de jarana. Además, le estaba profundamente agradecido porque le había sacado de algunos apurillos de dinero.

Palabra del Dia

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