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Actualizado: 31 de agosto de 2025


Cornelio y Hans, parapetados tras de unos pedruscos, hacían fuego sin cesar, procurando herir a los jefes y a los sacerdotes, mientras su tío y el piloto se alejaban corriendo para llegar pronto a las peñas, de las cuales distaban ya muy poco. Tenían esperanza de llegar pronto a la orilla del mar si los dos valientes jóvenes conseguían retardar el asalto algunos minutos.

Una carta de su antiguo segundo, recibida al mismo tiempo que la del defensor de Freya, hablaba de los grandes crímenes que la agresión submarina estaba realizando en el Mediterráneo. Algunos de ellos llegaban á conocerse por los náufragos que conseguían alcanzar la costa después de largas horas de lucha ó eran recogidos por otros buques. Los más quedaban ignorados en el misterio de las olas.

A costa de grandes sudores conseguían un ligero balanceo del gran navío que tripulaban y entonces era cuando se creían bogando a toda vela por mares nunca navegados. Germán gritaba: ¡Orza!... ¡a babor, a estribor! ¡hombre al agua!... ¡un tiburón!... Pero tampoco era aquello lo que quería Anita; quería marchar de veras, muy lejos, huyendo de doña Camila.

El ritmo sonoro y metálico de las ruedas parecía decirle también con acento más implacable: ¡solo!, ¡solo! Paseaba su mirada triste por los senos profundos del horizonte y éste le devolvía, en trémulos y fatídicos reflejos, que apenas conseguían rasgar la malla de sombras, tristeza por tristeza.

Algunas veces conseguían hacer fuego; pero las balas se limitaban á agujerear su casco ó ciertas superfluidades del uniforme, sin tocar nunca su carne. Y él salía de estas pruebas sonriente y tranquilo, como de cosas ordinarias y bien sabidas de antemano. En cambio, la certeza de ser invulnerable le proporcionaba un gran empuje para la acción.

Ni el brillo del salón la seducía, ni las notas del piano la alegraban, ni conseguían llamar su atención las sonrisas burlonas de las damas ni las miradas codiciosas de los caballeros.

Era virtuosa por temperamento, quizá también por el orgullo que le inspiraba el convencimiento de su superioridad moral é intelectual. Los requiebros no conseguían conmoverla.

Los geógrafos de la antigüedad hablaban de ella dando la medida de sus terribles brazos. Plinio contaba las destrucciones realizadas por un pulpo gigantesco en los viveros de pescado del Mediterráneo. Cuando unos marinos conseguían matarlo, llevaban al epicúreo Lúculo la cabeza, grande como un tonel, y algunos de sus tentáculos, que una persona apenas podía abarcar.

La duquesa de Delille también se interesaba por él, y las dos, orgullosas de ser sus «madrinas», lo exhibían en el atrio del Casino, alquilaban carruajes para pasearlo por los lugares más hermosos de la Costa Azul, le regalaban los comestibles mejores y las pastelerías de tiempo de guerra que conseguían encontrar.

La vanidad venció á Ratón Pérez, y apresuróse á ofrecer al rey Buby una taza de , á trueque de conquistar el derecho de poner cadenas en la puerta de su casa, como se hacía en aquellos tiempos en todas las que conseguían el honor de hospedar á un monarca. Fuera de de contento, tiróse el rey Buby de la cama, y comenzó á ponerse su blusita.

Palabra del Dia

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