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Actualizado: 26 de mayo de 2025
El lado sublime en esos héroes de otros tiempos, es su misma ignorancia, su ciega intrepidez, su resolución desesperada. No conocían el mar, teniendo que desafiar espantosos fenómenos cuya causa ni siquiera sospechaban: la misma ignorancia respecto á las cosas del cielo. Su único norte era la brújula.
Cuando los españoles contemplaban así su propia imagen; cuando conocían de esta manera los célebres y culminantes sucesos de los tiempos pasados, y los más grandiosos é interesantes de los presentes en el brillante espejo de su poesía, ¿cómo no habían de agradecerlo al poeta, cómo no admirarlo, cuando por su mediación veían elevarse tan alto el pueblo á que pertenecían?
Ni Visitación ni Paco se atrevían ya nunca a decir nada a don Álvaro alusivo a sus pretensiones amorosas: le dejaban hacer; conocían en la cara de gloria del Tenorio que esperaba el triunfo, que tal vez lo estaba tocando, y comprendían que el pudor, la vergüenza, mejor dicho, exigía un silencio absoluto respecto del caso.
Pero ya sonaban públicamente algunas acusaciones contra él; ya se decía que había pertenecido á la camarilla: ya se le indicaba como conspirador, y más de una vez se vió amenazado por gentes que pretendían conocerle ó le conocían en efecto.
Este continuo ir y venir acabó por interesar á los comerciantes de la calle y á sus dependientas, muchachas de alto y complicado moño que parecen soñar detrás de los escaparates, esperando un millonario que las saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos le conocían, y era tal su fama, que inmediatamente cien ojos buscaron cuál podía ser el objeto de sus paseos.
Sus amigos, que le conocían bien, descubrían en él menos entereza para desempeñar el papel de libertino, y a menudo se le clareaba la buena índole al través de la máscara. A Maximiliano le contaron que habían sorprendido a Olmedo en el Retiro estudiando a hurtadillas. Cuando le vieron sus amigos, escondió los libros entre el follaje, porque le sabía mal que le descubrieran aquella flaqueza.
Enjuto, huesudo y fuerte, procuraba disimular su rudeza de hombre de pelea con una negligencia suave y perezosa. Los oficiales le trataban con gran respeto. Hartrott había hablado de él á su tío como de un gran artista, músico y poeta. El emperador era su amigo: se conocían desde la juventud.
Estaba suscripto a tres o cuatro periódicos conocidos por sus opiniones anti-clericales, y se decía que desde hacía algunos años venía ocupándose en acumular datos para un libro que pensaba publicar con el título de La religión al alcance de todas las fortunas, del cual varios vecinos conocían ya algunos fragmentos.
Finalmente, en la delantera y junto al conductor, un hombre, o por decir mejor, un gorro, un enorme gorro de piel de conejo, quien no decía nada de particular y miraba el camino con aspecto de tristeza. Todos aquellos viajeros se conocían unos a otros, y hablaban de sus asuntos en voz alta, con mucha libertad.
Todos la conocían en Torresalinas y no hablaban de ella sin sonreir y guiñar un ojo, como si les recordase algo que excitaba malicioso regocijo. Una mañana, á la sombra de la barca abandonada, cuando el mar hervía bajo el sol y parecía un cielo de noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me contó la historia.
Palabra del Dia
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