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Actualizado: 7 de junio de 2025


Vamos, señores repite el conductor: y todo el mundo se coloca.

Pero Tono no le dejó acabar. ¡Gallina! ¡Morral! ¿Y para contarle todo aquello iban vagando por las calles? Ahora mismo le rompía la cara. El Menut se hizo atrás para evitar el golpe. También él mostró deseos de agarrarse allí mismo; pero se contuvo viendo una tartana que se aproximaba lentamente, balanceándose sobre los baches de la ronda y con su conductor todavía adormecido.

Esta belga de setenta tiros, dice uno, es capaz de acabar con una partida de negros. Ríase usted de pistolas automáticas, exclama otro; no hay arma más fija que esta. Y se pone á apuntar á derecha é izquierda con un Colt. Papá, yo tengo miedo!, grita un niño. El conductor interviene y todos los "escupe plomos" vuelven á sus fundas.

A este hombre llegó el lacayo conductor del joven, que había quedado á poca distancia, y le dijo: ¡Señor Francisco Montiño!... ¡En, dejadme en paz!, no os toca á vos dijo el señor Francisco tomando una fuente de plata con un capón asado y dándole á otro lacayo. Perdone vuesa merced, pero no es eso; vuestro sobrino...

No era tortas y pan pintado la limpieza material del archivo; sin embargo, la verdadera obra de romanos fue la clasificación. ¡Aquí te quiero! parecían decir los papelotes así que Julián intentaba distinguirlos. Un embrollo, una madeja sin cabo, un laberinto sin hilo conductor. No existía faro que pudiese guiar por el piélago insondable: ni libros becerros, ni estados, ni nada.

Al salir la gente, pareció quedarse vacía la baca. El camargués habíase apeado en Arlés, el conductor marchaba a pie por la carretera, junto a los caballos. El amolador y yo, cada uno en su rincón respectivo, nos quedamos solos allá arriba, sin chistar. Hacía calor, el cuero de la baca echaba chispas.

Y el soplado personaje, que se sentía dominado por aquellos seis diablillos en cuanto se relacionara con su empresa electoral, no tenía más remedio que parar su caballo cuando se le acercaban los animales, fijarse en ellos, y comenzar a gritar como un energúmeno: ¡Oh!... ¡Magníficos! ¡Qué gallardía! ¡Qué cuarto trasero! ¡Qué anchos! ¡Soberbia raza! ¿Son de usted, buen hombre? preguntaba por remate al conductor.

En una de las paradas, al final de un trayecto del tranvía, Krilov debía descender; pero la muchacha no lo hizo, y él le dijo en voz alta al conductor: Deme usted un billete hasta la parada próxima.

En este pueblo subieron al vagón muchos viajeros, y pude observar que los vecinos del lugar hacían preparativos para abandonar sus hogares. La población estaba alarmadísima. Pocos minutos después de salir de Songo, el silbato de la locomotora nos indicó que nos aproximábamos á una estación. Pregunté al conductor, y me respondió que íbamos á llegar á La Maya.

Se oían los cascabeles de unas colleras y en la oscuridad venía hacia ellas un trineo con un solo conductor. Escondámonos, chicas: si es alguien que nos conozca, estamos perdidas. Afortunadamente, no lo era, y antes de que pudiesen poner por obra su pensamiento, una voz desconocida a sus oídos, pero bondadosa y de agradable timbre, preguntó si podía serles útil en alguna cosa.

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