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Actualizado: 7 de junio de 2025


Por fin, se adelanta la diligencia, se aplica la escalera a sus costados, y la vaca recibe en su seno los paquetes: en menos de un minuto está dispuesta la carga, y salen los caballos lentamente a colocarse en su puesto. Es de ver la impasibilidad del conductor a las repetidas solicitudes de los viajeros. A ver, esa maleta; que vaya donde se pueda sacar. Que no se moje ese baúl.

Se contenía para no saltar al pescante tomando asiento al lado del conductor. Nélida se lamentó de la pesadez de sus padres. Imposible ver nada con estos viejos. Habían dado un rápido paseo por la ciudad, y allí estaban, en la terraza del café, agobiados por el calor, hablando de volverse al buque, sin fuerzas para emprender una nueva excursión.

La ley ofrece una recompensa pecuniaria, y en otros casos una mencion honorífica, al conductor de un carruaje público que presente en las oficinas de la policía los objetos olvidados en su carruaje. Los objetos devueltos en este año suman un valor de 43.000 duros.

¿Embajada Francesa? le preguntaba yo frecuentemente con inquietud. Ya, ya respondía el hombrecillo, y seguíamos rodando. Deseaba pedir algunos otros informes; pero era imposible porque mi conductor no hablaba francés, y yo mismo por aquella época sólo conocía de la lengua alemana dos o tres frases muy elementales, en que se trataba de pan, cama y comida, y en manera alguna de embajador.

En el mismo día de mi llegada aquí, había tomado la diligencia de Beaucaire, una gran carraca vieja y destartalada que no necesita recorrer mucho camino para regresar a casa, pero que se pasea con lentitud a todo lo largo de la carretera para hacerse, por la noche, la ilusión de que viene de muy lejos. Íbamos cinco en la baca, además del conductor.

Entonces, desde la aldea, llegan de tiempo en tiempo los sonidos de la trompa del conductor de la diligencia, medio apagados por el ruido del viento y de la lluvia. ¡Ha concluido! dice él temblando. Tengo que irme! ¿Ya?... ¿esta noche? balbucea ella con voz sorda. El dice que con un ademán. ¿Y no te veré ya nunca? Un grito domina el ruido del huracán.

No advirtió ni la longitud del camino, ni los rodeos interminables, ni la fatiga, ni el dolor. El imperio de una idea fija le hacía insensible a todo; su único temor era perder a su conductor o ser visto por él.

Los ómnibus cargaban pasajeros en la esquina de la calle de Sevilla, mientras en lo alto voceaba el conductor: «¡A la plaza! ¡a la plazaTrotaban con alegre cascabeleo las mulas emborladas tirando de carruajes descubiertos con mujeres puestas de mantilla blanca y encendidas flores; a cada instante sonaba una exclamación de espanto viendo salir incólume, con agilidad simiesca, de entre las ruedas de un carruaje, algún chicuelo que pasaba a saltos de una acera a otra, desafiando la veloz corriente de vehículos.

Las carretas de transportar tierra y cal eran más bastas y las movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban flecos de lana roja. Al ir de vacío rodaban con cierta dejadez, y al volver cargados, el conductor manejaba la fusta, el caballo trotaba animosamente y repiqueteaban las campanillas de la frontalera.

James Park; por lo tanto bajamos del coche, pagamos el pasaje al conductor, y apoyado en el brazo de Reginaldo, lentamente emprendimos la marcha por las enarenadas sendas del paseo hasta que encontramos un asiento conveniente. El esplendor y la belleza de St. James Park, aun en un día de abril, constituyen siempre un goce para los verdaderos londinenses.

Palabra del Dia

rigoleto

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