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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Hízolo así, en efecto, en el año de 1574; y á consecuencia de esto, ambas presentaron una solicitud, pidiendo que en adelante se les concediese la facultad de alquilar unidas los locales que habían de servir para teatros, de suerte que un tercio de los productos y rentas se aplicase á reparaciones, etc., de la cofradía de la Soledad, y los otros dos quedasen á disposición de la de la Pasión.
Leeds no se lo concediese, levantó el paño y buscó los espejos que esperaba debía haber entre los piés. Ben Zayb soltó una media palabrota, retrocedió, volvió á introducir ambas manos debajo de la mesa agitándolas: se encontraba con el vacío. La mesa tenía tres piés delgados de hierro que se hundían en el suelo. El periodista miró á todas partes como buscando algo.
Entonces fue cuando Miguel puso en juego todas sus amistades para conseguir que el ministro le concediese una de las plazas; el mayor del Consejo, su compañero de hotel, no fue uno de los que menos trabajaron en el asunto.
Los compañeros hacían señas de que lo concediese, sobre todo Juanito Pelaez, y dejándose llevar de su mal sino, soltó un «concedo, Padre» con voz tan desfallecida como si dijese: In manus tuas commendo spiritum meum.
Hecha esta diligencia, los tres embajadores se fueron á Roma, á representar al Papa la ocasion que tenian de reducir aquel imperio de Grecia á su obediencia, si á los catalanes de Thracia se les daba alguna ayuda grande, como lo sería si á Don Fadrique se le concediese la investidura, para que con su persona pasase á la empresa, con un Legado de la Santa Sete, y se publicase la Cruzada á favor de los que irian, ó ayudarian con limosnas.
Las mejores prendas de alma de D. Valentín, con intervención quizás de algún demonio astuto, se trocaban, en el alma de Doña Blanca, en defectos ridículos. En balde pedía á Dios Doña Blanca que le concediese, ya que no amar, estimar á su marido. Dios no la oía.
En una hermosa noche del mes de octubre, durante las cacerías éramos vecinos en el campo , su marido había ido a pasar veinticuatro horas a París... A fuerza de súplicas y de juramentos, pude conseguir que me concediese pasar una hora en su habitación... ¡Perdón!... dijo la señora de Maurescamp, levantándose de su asiento , ¿si me fuese? No, no, no temáis nada.
Los novios de Hornachuelos describen las humillaciones, que el rey D. Enrique III hace sufrir á un orgulloso rico-hombre de Extremadura, llamado Meléndez. La escena más notable es aquélla, en que el Rey penetra disfrazado en la habitación de su insolente vasallo para castigar su orgullo. Cierra las puertas, y se presenta cubierto á Meléndez, el cual, aun sin conocerlo, cae en tierra como agobiado por el solo poder de la majestad real. El Rey: El enfermo rey Enrique, Tercero en los castellanos, Hijo del primer Don Juan, A quien mató su caballo, Comenzó, Lope Meléndez, A reinar de catorce años, Porque entonces los tutores Del reino le habilitaron. Por Rey natural Castilla Le veneraba, no tanto, Que la edad á los descuidos No les concediese mano: Con la enfermedad también Más le desacreditaron En la omisión al respeto Inobedientes vasallos. El Rey, bien entretenido, Pero mal aconsejado, En la caza divertía Atenciones á los cargos. Dormido el gobierno entonces, La justicia á los agravios De los humildes servía, Más que de asombro, de aplauso. Fuéronle, amigos fieles Los días, avisos dando; Que en veinte años nunca han sido Prodigios los desengaños. Volvió á Burgos una noche De los montes, más cansado Que gustoso; cenar quiso; Y ninguna cosa hallando Al despensero llamó, Y preguntóle enojado Qué era la ocasión.
Parecióle poco lo que obraba en bien de las almas y servicio de Dios en su provincia de Nápoles, por cuya causa pidió con instancia de nuestro Padre general, le concediese licencia de pasar á Indias, y conociendo su fervor, le dió su paternidad grata licencia, asignándole para que pasase á esta provincia en la Misión que conducía á ella su procurador general, P. Ignacio Frías.
El venerable ruso, frunciendo su nariz de pico de milano, me opuso aún otras objeciones que yo veía levantarse ante mi deseo como las murallas mismas de Pekín; ninguna señora de la familia de Ti-Chin-Fú consentiría en casarse con un extranjero; y sería imposible, absolutamente imposible, que el emperador, el Hijo del Sol, concediese a un extraño los honores privilegiados de un Mandarín.
Palabra del Dia
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