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Al escuchar aquella heroica narración, en que la intrepidez de Santiago se revelaba por primera vez, el capitán Massareo, que conocía perfectamente la cobardía de su segundo, no concebía un cambio tan rápido; pero, acordándose de la quijada de Sansón, de la burra de Balaam, y de tantos otros milagros, acabó por mirar a Santiago como un elegido a quien Dios había animado de pronto con un soplo divino, para darle la fuerza de combatir a un réprobo, a un hijo del ángel rebelde.

En la celeridad no había diferencia ninguna: no se concebía cómo podía un hombre apartarse de un punto en un solo día más de seis o siete leguas; aún así era preciso contar con el tiempo y con la colocación de las ventas: esto, más que viajar, era irse asomando al país, como quien teme que se le acabe el mundo al dar un paso más de lo absolutamente indispensable.

Encontraba tan inexplicable seducción en sus rasgados ojos aterciopelados, en su gravedad majestuosa, en el contraste adorable de sus cabellos negros con el alabastro de su rostro, que no concebía cómo pudiera aborrecerse á un ser tan bello. El goce de verla, de escuchar su voz, de despertar tal vez que otra una fugaz sonrisa de complacencia en su semblante le retenía á su lado.

Paco iba detrás sin desdeñar la conversación de Petra, que se mirlaba hablando con el Marquesito. En materia de amor la criada no creía en las clases y concebía muy bien que un noble se encaprichara y se casase con ella verbigracia. No decía que don Paquito estuviera en tal caso, ni mucho menos; pero le alababa el pelo de oro y la blancura del cutis, y por algo se empieza.

Al primer golpe de vista comprendió que me había sucedido alguna desgracia. Supuso que había muerto Magdalena porque en su perfecta honradez de hombre y de marido, no concebía mayor desventura. Cuando le referí el verdadero accidente que me reducía a una de esas situaciones que no se confiesan nunca, me dijo: Desconozco esa clase de penas, pero le compadezco con toda el alma.

El candidato de mi tía ejercía sobre ella la influencia de un profeta: no concebía que delante de su figura inspirada y magnífica pudieran levantarse adversarios; mi tía, como he dicho, era de una virtud agria e indomable, pero, cuando se hablaba de su orador y de su poeta, una especie de delirio alarmante la invadía, y si hubiera sido joven y bella y su ídolo le hubiera dado una cita a media noche, habría ido, loca de amor, a rendirse a sus caricias omnipotentes, porque perderse con él no habría sido para ella una falta sino el cumplimiento de un deber inexcusable.

Estacionarios en las costumbres, porque han colocado su vida moral en otra región, marchan como precursores a la cabeza de las ideas. Así, en Los bandidos, obra maestra de Schiller, cuyo mismo autor apenas si concebía el alcance, hay un sumario poético de las próximas revoluciones.

La ciudad de Buenos Aires no concebía por entonces, cualesquiera que fuesen las ideas de partido que dividiesen a sus políticos, cómo podía existir un Gobierno absoluto.

Mutileder era muy monárquico, y el Rey, por ser rey y por su ciencia infusa y demás virtudes, le infundía respeto. Salomón, además, no tenía culpa ninguna ni había ofendido a Mutileder. Había aceptado el presente que le habían traído, y había dado prueba de buen gusto al aceptarle y guardarle. A veces concebía Mutileder cierta halagüeña esperanza.

Formó, pues, de la tertulia un concepto muy diferente del que doña Beatriz había formado. Aunque don Braulio había vivido casi siempre en lugares y pequeñas ciudades de provincia, y aunque en Sevilla, durante los primeros años de su matrimonio, había estado retiradísimo, sin tratar nunca con lo que llaman el gran mundo, él le concebía y le comprendía más bello de lo que ahora se le presentaba.