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Actualizado: 9 de junio de 2025


Menchaca era el hombre de iniciativa y de brío, el que concebía los proyectos; Cepeda resolvía los detalles y las dificultades prácticas. Menchaca, cuando se instaló en Cádiz, tuvo la veleidad de poner casa a una muchacha de Puerto Real, y de pasear con ella en coche y regalarla trajes y joyas.

Otras, animado por un soplo de esperanza, concebía mil ilusiones y prescindía de su estado, y me entretenía a pintar mi felicidad si ella me diese alguna esperanza.

Por coincidencia, y aunque ella no hubiese leído el soneto de Lope, concebía imágenes pastoriles y acaso se figuraba a doña Agustina como a una mayorala o rabadana que llevaba en pos de , atado con un cordón, el manso que ella, la zagala Juanita, había cuidado con esmero, dándole de su sal a puñados.

Pero Lita era mucho más que esto, y mucho más que su madre y que la hermana de Neluco, con no haber visto mayor cantidad del mundo, ni bebido las ideas en mejores fuentes que ellas. Tenía unas afinaciones, unas delicadezas de sentido y un alcance de vista en las honduras de las cosas, aunque tratadas medio en chanza y a la ligera, que solamente las concebía yo en las inteligencias muy cultivadas.

Semejante idea preocupaba mucho á Cafetera, quien, como todos los de su laya, no concebía que ningún tribunal del reino alcanzase hasta el Muelle de las Naos con su vara, al paso que no podía recordar sentado y con paciencia la cara del Capitán del puerto.

En todas las combinaciones del amor romántico había dado la imaginación de Ana muchas veces, menos en aquélla. «Se concebía el amor sacrílego de un sacerdote de ópera, ¡pero el de un prebendado con alzacuello morado!». Además la honradez protestaba también con su repugnancia instintiva. «Pero De Pas era digno de compasión. Doña Petronila era la que no tenía perdón.

Se diría que tanto ella como Pomerantzev, que apoyaba tranquilamente el codo sobre el ataúd, se habían olvidado del muerto; la vieja estaba tan cerca de la muerte, que no le atribuía una gran importancia y la concebía como otra vida misteriosa; Pomerantzev, por su parte, ni siquiera pensaba en ella.

Algunas veces había pensado que había ciertas mujeres, pocas, que tenían un no qué, merced al cual ella sentía así como una disparatada envidia de los hombres que podían enamorarse de ellas; esas mujeres que ella concebía que fuesen queridas por los hombres, no eran como la mayor parte, que, guapas y todo, no comprendía qué encontraban en ellas los varones para enamorarse.

No se le ocultó que había de costarle muchos sacrificios, pero cedió a la tentación de ver a su hijo hecho personaje de toga con vuelillos. Para él la abogacía era lo de menos: al decir abogado, no concebía al chico defendiendo pleitos sino administrando justicia. Millán siguió el ejemplo de Pepe, porque estimaba bueno cuanto éste hacía. La vida de verdaderos estudiantes les duró poco.

Nuestra joven ansiaba que una de estas pasiones irresistibles y lacrimosas se apoderase de su corazón, pero no concebía que ningún joven de los que visitaban su casa vestidos de chaquet o americana lograse inspirársela.

Palabra del Dia

irrascible

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