Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 11 de mayo de 2025


Las dos hijas solteras que se encontraban en el círculo de los tertulios pasaban ya de los treinta, y vestían el traje con que iban a representar, lo mismo que la nieta. Estaba también el padre de ésta, viudo, hijo de la señora, y que no habitaba la casa porque sus costumbres independientes no se compadecían con el régimen austero que allí se observaba.

La magna cuestión de la herencia los unía momentáneamente. Clementina visitaba mañana y tarde a su padre. Osorio también iba con frecuencia al palacio de Requena. Uno y otro prodigaban al viejo mil atenciones, compadecían su soledad, le mimaban. Había en su comportamiento cierta familiaridad afectuosa que cuadraba muy bien a unos hijos que van a proteger la venerable ancianidad de un padre.

Estas dudas que sin cesar le asaltaban eran para su pasión un verdadero cauterio, doloroso y cruel como todos, pero de muy saludables efectos. No dejó por un instante de frecuentar la casa de Elorza como antes; acaso más que antes. Había allí dos seres a quienes compadecer y que le compadecían.

Por impulso propio no había entrado jamás en una librería a comprar alguna. No sólo era aficionado a leerlas, sino lo que aun es más raro, se enternecía notablemente con ellas. Porque guardaba en su pecho un gran fondo de sensibilidad. Era una flaqueza de su organismo, lo mismo que el asma y el reuma. Las desgracias del prójimo, la miseria, le compadecían extremadamente.

Pero la verdadera apoteosis de Federica y la defensa de Goethe las hizo ella misma, cuando rehusó la mano de Reinhold Lenz, diciendo que «La que había sido amada por Goethe no podía pertenecer a otro hombre»; y cuando, más tarde, estando ya Goethe en la cumbre de su gloria, decía ella a los que la compadecían: «Era muy grande para , estaba llamado a muy altos destinos: yo no tenía derecho a apoderarme de su existenciaPalabras de santa resignación y de amor a toda prueba, que ennoblecen a Federica, pero que dan a la vez claro testimonio de que Goethe no fue tan malo; no destrozó duramente aquel corazón, donde dejó tan sublime concepto de propio y tan dulce recuerdo.

Era la fuga del banquero Morte copiada en miniatura. Además, se hablaba de que el señor Cuadros había comprometido en su ruina los ahorros de don Eugenio, confiados a su custodia, y todos se compadecían del pobre viejo. Podían esperar sentados los acreedores de Cuadros a que éste volviese.

»A causa de las escenas violentas a que se entregaba, me compadecían nuestros vecinos. Admiraban mi resignación, que no se debía, seguramente, a la indiferencia. Era demasiado desgraciada para ocuparme de ciertas pequeñeces. »La tristeza de Teobaldo aumentaba de día en día.

A la mujer del maldito blasfemo la compadecían en toda la casa. No lo crean ustedes decía riendo la pobre mujer ; no sufro nada de él. ¡Criatura más buena! Tiene su geniecillo, pero ¡ay hija! Dios nos libre del agua mansa... Es de oro; alguna copita para tomar fuerzas, pero nada de ser como otros, que se pasan el día como estacas frente al mostrador de la taberna.

Las exclamaciones de los circunstantes ante aquel caso extraño fueron interminables. Todos compadecían al viejo elegante: no tenían palabras bastante fuertes para condenar el brutal proceder de la chica. Sin embargo, debajo de los comentarios se adivinaba cierto regocijo que hacía brillar los ojos y pugnaba por salir en forma de carcajadas. El suceso era chistoso.

Quería algo contra aquel frío que se le había metido en los huesos. Y él, tan sobrio, bebió uno tras otro dos vasos de aguardiente, que cayeron como olas de fuego en su estómago desfallecido. Su cara se coloreó, adquiriendo después una palidez cadavérica; sus ojos se vetearon de sangre. Se mostró con los carreteros que le compadecían expresivo y confiado; casi como un ser feliz.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando