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Actualizado: 14 de septiembre de 2025
Comprendo que los pobres no puedan comer.... Chica, si empiezas así vas a llevar a casa medio Mercado.... Eso son bellotas, ¿verdad? Comida de ricos; quien puede gasta. Eso sólo lo compra la gente de dinero. ¿Que tú no compras? dijo doña Manuela sonriendo, a pesar de que no ocultaba el efecto que le producían las palabras de su hermano. ¿Quién...? ¿yo...? ¡Bueno va! A mí nadie me estafa.
Y fue muy buena por cierto la comida, porque Masicas no hacía sino lo que quería Loppi, y Loppi estaba pensando en cuando la conoció, que era como una rosa fina, y no le hablaba del miedo. Pero al otro día no le hizo Masicas tantas fiestas al morral de pescados. Y al otro, se puso a hablar sola. Y el sábado, le sacó la lengua en cuanto lo vio venir.
Pero al ver que Ojeda se molestaba por estas amabilidades, adivinando su malicia, abandonó todo disimulo, añadiendo con admiración: Compañero: le envidio y le tengo lástima. Es usted un valiente, ¡pero lo que se ha echado encima!... Antes del término del viaje deseará llegar a tierra, lo mismo que un náufrago que se ahoga. La comida de esta noche era con banderas y guirnaldas.
Se están preparando para la fiesta de esta noche dijo Maltrana . Gran baile de disfraces, y durante la comida más mojigangas como la del bautizo. El día se prolongó con una monotonía abrumadora. Brillaban aún en el horizonte los últimos fuegos solares, cuando las trompetas anunciaron el banquete.
Terminaré esta incorrecta descripcion recordando un rasgo curioso. El mozo que nos sirvió la comida se mostraba muy admirado, aturdido de nuestra frugalidad, y esto que comímos con gana.
El siguiente dia lloráron ménos, y comiéron juntos. Fióle Cador que le habia dexado su amigo la mayor parte de su caudal, y le dió á entender que su mayor dicha seria poder partirle con ella. Lloró con esto la dama, enojóse, y se apaciguó luego; y como la cena fué mas larga que la comida, habláron ámbos con mas confianza.
No quiso Candido oir mas, y confesó que Martin tenia razón. Sentáronse luego á la mesa con Paquita y el frayle Francisco; fué bastante alegre la comida, y de sobremesa habláron con alguna confianza. Díxole Candido al frayle: Paréceme, padre, que disfruta Vuestra Reverencia de una suerte envidiable.
Lira, que acortes la hambre, Entretanto que la estambre De mi vida corta el hado. Pero mi sangre vertida Y con este pan mezclada, Te ha de dar, mi dulce amada, Triste y amarga comida. Ves aqui el pan que guardaban Ochenta mil enemigos, Que cuesta de dos amigos Las vidas que mas amaban. Y porque lo entiendas cierto Y quanto tu amor merezco, Ya yo, señora, perezco, Y Leoncio ya está muerto.
Más vale que don Guillén no haya acudido a la mesa, porque le abochornaría esa abominación. A todo esto, Fidel, el mozo, se reía cazurramente. Terminada la comida, salí de la metrópoli y me encaminé a mi colonia. Como cosa de veinte pasos delante de mí iba Fidel, conduciendo una gran bandeja, cubierta con un mantelillo. Nos juntamos en el pasillo adonde daba mi habitación.
Pedro, sin dejar lo principal, que era la comida de sus amos, colaboraba sabiamente. Había empezado por tolerar nada más aquella irrupción de la merienda. La cocina daba espacio para todo; aquello no valía nada, y otorgó el cocinero su indispensable permiso con un desdén mal disimulado.
Palabra del Dia
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