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Actualizado: 11 de julio de 2025


Pero el rey, cansado de tanta prueba inútil, había hecho clavar debajo del cartelón otro cartel más pequeño, que decía con letras coloradas: «Sepan los hombres por este cartel, que el rey y señor, como buen rey que es, se ha dignado mandar que le corten las orejas debajo del mismo roble al que venga a cortar el árbol o abrir el pozo, y no corte, ni abra; para enseñarle a conocerse a mismo y a ser modesto, que es la primera lección de la sabiduría

La novia, con Amalia, que había sido su madrina, y otras dos señoras se fue a sentar gravemente en una de las habitaciones. Tenía los ojos brillantes, las mejillas coloradas y procuraba inútilmente disfrazar con un continente digno y serio la profunda emoción que la embargaba.

El monte de Santa Rosa. La atalaya. El reloj de Agaña. Faro original. Vida en Marianas. Casas, huertas, cultivos, ríos. Vegetación de Oriente. El árbol del pan, y el dug-dug. Cageles. La isla de Pagan. Riqueza perdida. Desconocimiento del país. Reputaciones usurpadas. En tierra de ciegos.. Hormigas coloradas y ratas. Los caballos y las auroras.

Ahora sonreía con bondad, tenía las mejillas muy coloradas, y cautelosamente se aflojaba el talle, como para dejar un huequecito a lo que viniese después. Otro plato ligero, pero éste era francamente indígena: lomo de cerdo y longanizas con pimiento y tomate, un guiso al que daba siempre Visanteta una gracia especial, que hacía a todos mojar el pan en la roja salsa.

María vaciló un momento sobre lo que había de contestar, levantó sus grandes ojos, miró a Stein, los volvió a bajar, miró de soslayo a Momo, se sonrió en sus adentros al verle las orejas más coloradas que un tomate y contestó al fin. ¿Y usted, don Federico, en qué la haría consistir?, ¿en irse a su tierra? No respondió Stein. ¿Pues en qué? prosiguió preguntando María.

Los quintos salían de un cuartel próximo, derechos, muy abotonados de uniforme, las orejas coloradas con tanto frotárselas en las abluciones matinales, el cogote afeitado al rape, las manos en los bolsillos del pantalón, silbando alguna tonada.

D. Gaspar era un hombre alto, seco, con el rostro lleno de manchas coloradas que delataban su juventud borrascosa, el pelo ralo, la barba, que gastaba al uso de Espronceda, Larra y los literatos del treinta al cuarenta, entrecana y erizada, las manos y los pies descomunales, tan apretados por los callos estos últimos que el poeta andaba apoyado siempre en una muleta y doblado fuertemente por el espinazo.

El maestro, el escribano y Celesto abren un enorme misal de letras coloradas, lo colocan sobre el arca de la vestimenta, y con voz destemplada principian a cantar. Imposible que se diera algo más inarmónico y endiablado. Andrés, después de haberlos contemplado un rato con espanto, se refugió en la puerta y desde allí comenzó a explorar los rincones de la iglesia.

Comieron y bebieron alegremente como dos camaradas: el tío puso en práctica su tema pedagógico de la expansión. A los postres tenía las mejillas bastante coloradas y hablaba por los codos. ¿Sabes, Miguel?... Ahora, por la tarde te perdono el colegio. Una tarde más o menos importa poco.

No contenta con eso se puso a contar un sueño rarísimo, lleno de disparates tan atrevidos, que Zoraida y yo nos pusimos coloradas. ¡Y Julio, cómo se reía! "Al fin no dio ninguna explicación del por qué había faltado tantos días. Alguna aventura, con seguridad. "Zoraida lo ha invitado para mañana a comer". "15 de mayo. "Mientras oíamos la música de Zoraida, en el piano, Julio me ha mirado mucho.

Palabra del Dia

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