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Actualizado: 11 de junio de 2025
Era muy guapa, y con el hábito blanco de novicia, la cabeza prisionera de la rígida toca, muy coloradas las mejillas, lucientes los ojos, los labios hechos fuego, las manos en postura hierática y la modestia y castidad más límpida en toda la figura, interesaba profundamente.
¿Y no tienen algún caballo de «sobrepaso»? preguntó Lorenzo por compensar en algo la ignorancia evidenciada. Hay un petizo. ¡Fíjese!... ¿Quiere verlo? y volviéndose al muchacho que rasqueteaba al malacara dijo: Ché, Juancito, echá el «Risueño»... Está en el potrero de las coloradas. ¿Desde cuándo? Afloja una mano respondió el muchacho como si contestara a la pregunta.
Después, a paso lento, mirando con sus ojos saltones, inocentes, a los transeuntes, deteniéndolos particularmente en las frescas domésticas que regresaban a sus casas con la cesta de la compra llena y las mejillas más coloradas por el esfuerzo, se dirigió al Banco de España. Era mucha la gente que le quitaba el sombrero.
Las cosas en sí no son extensas, sino que la extension es una forma de que las reviste el espíritu: á la manera que no son coloradas, ni sabrosas, ni olorosas, ni sonoras, sino en cuanto trasladamos á ellas, lo que solo está en nosotros.
Quiere probar si la carne de alguna de aquellas manzanitas coloradas es tan dulce y sabrosa como parece, y suele encontrarse con un mojicón de cuello vuelto ó con algún empellón que le hace dar con sus huesos en el mullido césped.
En el siniestro lado tenía una grande y muy negra verruga, que asemejaba un exvoto puesto en el altar de su cara por la piedad de un católico. El cuerpo formaba gran armonía con el rostro; y en sus manos pequeñas, coloradas y gordas, resplandecían muchos anillos, en los que los brillantes habían sido hábilmente trocados por piedras falsas. Echemos un velo sobre estas lástimas.
Siguiendo el rumbo del S, por dar pronto con el mar, hallaron unas piedras menudas, entre las cuales algunas coloradas y otras blancas, muy duras y redondas; y algunas tenian al rededor una raya como canal y como para atar un cordel: los indios las llaman piedras del Diablo. En tan mala tierra hicieron noche, habiendo caminado como siete leguas.
La persistente llovizna escarchaba los hábitos y parecía embeber todas las cosas en su tristeza. Algunas mujeres plañían. Más de una hora pasó Ramiro codeandose con el vulgacho. No había sino gente baja, curiosos de la ciudad, mujeres del mercado con los brazos desnudos, muchachos arrabaleros, algunos gañanes de la dehesa, harto morisco, y una que otra ramera de manto amarillo y medias coloradas.
Palabra del Dia
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