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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Todos esperaban que las puertas fuesen abiertas. Bien pronto llegaron Grano de Sal y el maestro Durand. A su vista todas las cabezas se inclinaron; ellos respondieron con un saludo protector a estas muestras de deferencia. Por fin, se abrió la puerta; y entre apreturas, empellones y codazos, cada cual se colocó en su sitio.
A pesar de las ideas que oigo emitir a mi alrededor, coloco la estancia en nuestro antiguo pueblo por encima de toda otra estancia y la dichosa posesión de nuestra casa de familia superior a todas las felicidades. No es muy grande nuestra sencilla casa.
Detenido en ella estuvo un buen rato mirando el cuadro que las dos mujeres y los dos eclesiásticos ofrecían. Entró al fin; limpiose el sudor que mojaba su frente, y tomando una silla la colocó con fuerte golpazo en el punto en que quería sentarse.
De los monumentos romanos hizo tanto aprecio, que al decir de un escritor, no perdonó diligencia ni gasto para recoger cuantos pudo encontrar en Estepa y su estado, y aun fuera de él y los colocó en un palacio que edificó en Lora, si bien ocultando su nombre tras el de su hijo y colega en aficiones Don Juan de Córdoba.
Ella, por su parte le correspondía con un desdén tan efectivo, tan manifiesto, que era capaz de encender la ira del hombre más paciente. Antes de sentarse a la mesa llegaron los niños, un chico de nueve años y otra niña de seis. El criado comenzó a servir el almuerzo y la doncella se colocó detrás de los niños para su cuidado.
El Padre Ambrosio se oyó llamar, reconoció la voz de Fray Miguel, no pudo resistirse al imperio con que este exigía que le oyese, se vistió el hábito y le abrió la puerta refunfuñando. Entró en la celda Fray Miguel, colocó su lamparilla sobre la mesa, donde había papeles y libros, y la misma calavera y el mismo crucifijo que la primera vez que allí había entrado.
Juan de Pareja esclavo, como se ha dicho, de Velázquez, tuvo desde mozo afición a la pintura y la trabajó en secreto. Un día, sabiendo que el Rey había de ir al estudio de su amo, colocó vuelto contra la pared un cuadro que a escondidas había pintado, esperanzado con que el monarca sentiría curiosidad de examinarlo. Sucedieron las cosas como pensaba.
Se colocó frente al animal, que parecía aguardarle con las patas inmóviles, como si desease acabar cuanto antes su largo martirio. No quiso pasarle otra vez de muleta. Se perfiló con el trapo rojo junto al suelo y la espada horizontal a la altura de sus ojos... ¡A meter el brazo! El público púsose de pie con rápido impulso.
Descubierta enteramente la llaga, grande como la palma de la mano, aplicó con suavidad sobre ella la tableta de hilas, pasó repetidas veces la mano por encima para ajustarla, colocó un trapo sobre las hilas, y sin dejar de oprimirlo con la mano izquierda, tomó con la derecha una venda que había sobre la mesilla, y la aplicó por el medio encima del trapo.
Javoques, después de haberla hecho tomar asiento y deplorado el sentimiento que le causaba el haber de ejercer sus rigurosas funciones, me tomó en sus brazos y me colocó sobre sus rodillas: mi madre, creyendo que me dejaría caer, hizo un movimiento de temor.
Palabra del Dia
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