Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 24 de julio de 2025
La desgracia, un golpe rudo... ahí tiene usted el maestro. Se llega a este estado padeciendo, después de pasar por todas las angustias de la cólera, por los pinchazos que le da a uno el amor propio y por mil amarguras... ¡Ay, señor don Evaristo!
Cuando lo supe lancé un grito de indignación, y corrí en busca suya queriendo oírlo todo de sus labios. »¿Quiere usted excitar de nuevo la cólera del señor Duque, que, gracias al Cielo, ha pasado ya? dijo Carlos, sonriendo con tristeza. » Carlos le dije: ¿qué podré hacer para recompensarle el servicio que acaba de hacerme? »¡Usted, señora! ¡No estoy suficientemente recompensado!...
Siente la áspera indignación, la escandalizada moralidad de todos los despechados. De tal modo aumenta su cólera, que se levanta de la silla. No quiere continuar en el café. La otra le ha visto, y puede creer que la persigue, que espera su salida para suplicarle. Nunca; bastante tiene con ciertas humillaciones que no quiere recordar. Se despide apresuradamente.
Desengaño; sorda cólera al ver que la realidad era muy distinta de la ilusión; seguramente olvido. «No, novio mío... no.» Después del almuerzo, Fernando no quiso buscarla. En vano pasó Mina repetidas veces ante una ventana del jardín de invierno junto a la cual tomaban café Ojeda y su amigo. Mostraba él un visible deseo de no reparar en los paseantes.
No es tan desnaturalizada que quiera comprometer a su hijo al mismo tiempo que a nosotros. La cólera la ofuscó, sin duda. A nosotros, que somos dichosos, nos es fácil hablar sensatamente. Debe estar indignada contra mí y mirarme como a un gran culpable, porque yo la he abandonado sin tener nada que reprocharle; en ocho meses no le he escrito ni una sola carta; he dado mi alma a otra.
Los demás huéspedes eran figuras secundarias, que presenciaban riendo las disputas de la mesa redonda, aventurando pocas veces su opinión y aceptando resignadamente la oligarquía de los seis que hemos enumerado, los cuales gobernaban la fonda a su talante, dictando al cocinero los platos y al dueño las horas de las comidas; los criados, que se renovaban a menudo, poníanse muy pronto al tanto de la existencia de este primer estamento, y empezaban a servir siempre por aquella parte de la mesa en que se situaba, lo que hacía montar en cólera a una señora viuda, ajamonada, que en las discusiones daba siempre la razón al oficial de marina.
El son de mas de una templada caja, Y el del pifaro triste y la trompeta, Que la colera sube, y flema abaxa; Asi os incite con virtud secreta, Que despierte los animos dormidos En la facion que tanto nos aprieta. Yá retumba, ya llega á mis oidos Del esquadron contrario el rumor grande, Formado de confusos alaridos.
Al mismo tiempo dió un paso hacia la joven; pero ella retrocedió y sacando apresuradamente otro fósforo encendió la bujía. Luego se plantó delante de él erguida, altanera, pálida, clavándole con furor sus ojos llameantes. Hubo un momento de silencio. La cólera le apretaba la garganta, no dejando salir las palabras. Al fin exclamó con voz alterada, extendiendo la mano: ¡Sal de aquí, canalla!
Ya, ¿qué se puede esperar de un trapisondista calavera, como usted, que abandonó a su familia por irse a extranjis a aprender malas mañas? ¡Decir que España ha de ser francesa! Salga usted de mi casa, y no ponga más los pies en ella. ¿Qué te parece, Gregoria? Mujer, ¿te estás con esa calma y no bufas de cólera como yo?
En los últimos años, Coletilla entraba, como hemos dicho, en el período álgido de su frenesí político; la cólera era su estado normal, y era cosa imposible que en su fanáticas obsesiones pudiera aquella alma irascible tener cariños y finezas para la pobre compañera que tanto las necesitaba.
Palabra del Dia
Otros Mirando