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Actualizado: 24 de septiembre de 2025


¡Lucha triste y cruel! Lanzaba, en el frenesí de su cólera y pavor, una granizada de golpes al pecho del viejo atleta.

Foja, los Orgaz, Glocester «como particular, no como sacerdote», don Álvaro Mesía, los socios librepensadores que comían de carne solemnemente en Semana Santa, algunos de los que asistían a las cenas secretas del Casino, los redactores del Alerta y otros muchos enemigos del Provisor visitaban de vez en cuando a don Santos; todos compadecían aquella miseria entre protestas de cólera mal comprimida. «Oh el hombre que había reducido a tal estado al señor Barinaga era bien miserable, merecía la pública execración». Pero nada más.

Ningún peligro hubiera detenido en aquel momento al denodado joven, de ordinario tan comedido y pacífico, pero cuyo semblante indicaba que la indignación y la cólera lo cegaban, convirtiéndolo en temible adversario. Llegado frente al negro, le descargó tan furioso garrotazo que soltó el cuchillo y huyó lanzando gritos de dolor.

Hermano Mohamad respondió sosegadamente Ben-Farding , no te ahumes ni montes tan pronto en cólera: éste es el poder de la hermosura que arrebata hasta a los mismos seres subterráneos como yo, y enloquece a la misma locura; vista perspicaz de neblí has tenido para divisar y coger tan presto presa tan deliciosa, hermano Mohamad. ¡Es tan tierna!

No pudo guardar su cólera toda para él: tuvo que revelar su secreto. Es un espía... ¡un espía boche!

Todavía porfiaba mi marido, con la gorra en la mano, a querer ir acompañando al alcalde, viendo lo cual mi señora, llena de cólera y enojo, sacó un alfiler gordo, o creo que un punzón, del estuche, y clavósele por los lomos, de manera que mi marido dio una gran voz y torció el cuerpo, de suerte que dio con su señora en el suelo.

Intentó la fiera un salto impotente; dió vuelta en torno del árbol midiendo su altura con ojos enrojecidos por la sed de sangre, y al fin, bramando de cólera, se acostó en el suelo, batiendo sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la boca entreabierta y reseca.

Hizo de señas el maestresala al labrador que se saliese de la sala, el cual lo hizo cabizbajo y, al parecer, temeroso de que el gobernador no ejecutase su cólera, que el bellacón supo hacer muy bien su oficio.

Sintió la misma cólera que le había hecho ser brutal fin su entrevista de Barcelona. Le irritó la tenacidad de esta aventurera, que, luego de ejercer una influencia trágica en su vida, deseaba comprometerle de nuevo. Pero un sentimiento de fría compasión le hizo contenerse y hablar con cierta bondad. Si necesitaba dinero para huir, él se lo daría sin regateo alguno.

Pasada la excitación del peligro, y al apreciar fríamente la gravedad de éste, sintió una cólera vengativa, más intensa que la que le había impulsado hacia la puerta en la noche anterior.

Palabra del Dia

passaro

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