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Actualizado: 4 de julio de 2025
En cuanto amaneció, Lita pidió a miss Mary los útiles y la lana celeste, y se puso a tejer y tejer... Otra semana más de trabajo, y quedó concluida la colcha celeste... Otra semana más, ¡y también la colcha rosada!... ¡Ya no le restaba nada que hacer, sino guardar celosamente su obra, su tesoro!...
Su admirable cuerpo se modeló como una estatua viva bajo la colcha de seda, mientras él conservando en la mano el lápiz y el papel, dijo con profunda amargura, sin sentirse atraído por el cariño y la belleza: Estamos perdidos: ¡hay que quitar el coche! Damián y su mujer Casilda, él de cuarenta y cinco, y ella de algunos menos, tenían en el barrio fama de ricos, y sobre todo de roñosos.
Las botas se hallaban también, y aún más que los pantalones, en estado de merecer, y Miguel acudió solícito con la esponja a limpiarlas; pero Enrique, no encontrando el medio bastante adecuado, entró en la alcoba de su hermana y se las limpió muy bien con la colcha de la cama. ¡Ea! ya están arreglados aquel par de pájaros; se miran en la luna del armario y dejan escapar un suspiro de satisfacción.
Hacía pocos días había regalado al capellán una colcha de crochet que era una verdadera maravilla de trabajo pacienzudo y habilidoso. Por cierto que la viuda, al verla sobre la cama del clérigo, experimentó un vivo disgusto y lloró muchas lágrimas en secreto.
Así fue que rogó a su padre, con lágrimas en los ojos y sollozos en la voz: No me vuelvas a sacar a pasear hasta que termine la colcha celeste, papá... ¡Sé buenito, papá!... ¡Te lo pido por Dios y por la Virgen, papá!... Para tranquilizar a la pobre mártir exaltada y no perjudicar el buen efecto del paseo, tuvo que prometérselo así su padre... El día siguiente era el octavo día.
Instintivamente palpé el espesor de las ropas de mi cama; y aunque era muy considerable, retiré la colcha de damasco rojo y puse en su lugar mi pesada manta de viaje en dos dobleces. Sentía los pies helados, y me calcé unas zapatillas forradas de piel; y no me envolví el cuerpo en un abrigo ruso de que iba provisto, porque estaba resuelto a darme otro chamuscón en la cocina inmediatamente.
Sentada en una butaca trabajando con aguja de marfil en una colcha de estambre estaba Eulalia, cuya fisonomía semejaba notablemente a la de su papá: era también larga de cara, aguileña, de cejas pobladas y labios colgantes que expresaban un profundo desprecio a todo lo que abarcaban sus ojos: como él, tenía fruncida la frente casi siempre, lo cual daba a su rostro una expresión hostil, no muy común por fortuna en las doncellas de sus años; porque Eulalia estaba en la edad del amor, de las ilusiones, de la ternura, del rubor y la inocencia, por más que ninguna de estas cosas se advirtiesen en ella.
Sus ojos tornaron al cabo a brillar sonrientes, y una ola de leve carmín se esparció por sus mejillas. Dio algunos pasos con pie vacilante y se paró al fin a la puerta de la alcoba. Con una mirada intensa abrazó cuanto en ella había. El lecho del sacerdote era pequeñito, de madera blanca; blanca también la colcha que lo cubría; las almohadas y las sábanas finas, pero sin encajes.
Mañana llevará ésta a empeñar la colcha de Filipinas y los candeleritos de plata. Lo que debíamos hacer es suprimir parte del gasto diario dijo Leo. Que no traigan carne más que para papá, y con decirle que coma en su cuarto para moverse menos, luego nosotros nos venimos al comedor, y así no se entera. Yo, con tres cajetillas a la semana tengo bastante.
Antes de la hora de almorzar ya tejía; bien que imperfectamente, ¡ya tejía!... Como primeros ensayos fabricó unas tiras largas y desparejas y unos cuadraditos, aunque sucios de dedos y no sin nudos que acusaban tropiezos y equivocaciones. Inmediatamente quiso comenzar su colcha blanca.
Palabra del Dia
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