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Actualizado: 10 de junio de 2025
Empezarán en punto de las once, y como habrá muchos cohetes y dos o tres soles o ruedas, y a lo último un gran castillo, que terminará con un espantoso trueno gordo, durará la fiesta hasta después de medianoche.
Tu sangre se mezcla al fuego; tu piel se estremece y cruje bajo los cohetes que serpentean y forman guirnaldas cayendo en lluvia de oro; tu rabia ha llegado al límite, y los espectadores han huido de la primera barrera, temiendo que la franquees, ¡y no obstante, tiene seis varas de alta! ¡Condenación! ¡el matador no llega! y sin embargo es la hora. ¿Podría estar más a punto?
Para comunicarse con la Pola el pueblo de Entralgo no tenía puente. Se necesitaba subir dos kilómetros río arriba para hallar uno de piedra de antiquísima construcción. Y como era molesto el rodeo, los vecinos de la parroquia y también los de Villoria utilizaban una barca. El estampido de los cohetes se fué aproximando y los sonidos de la gaita haciéndose más claros.
Miraba al cielo la pequeña india, como en éxtasis; los cohetes subían tan alto, que parecía iban a agujerear la negra bóveda. El chico del almacén salió para un recado, y al pasar echó la zarpa a los pelos ásperos de la muchacha, verdadera diadema de cerda, y la obsequió con un tirón, a guisa de saludo. ¡Malo! dijo ella. ¡India! dijo él. Y se alejó, sacando la lengua. Al rato volvió.
Yo pondría, si pudiera, un petardo tan grande, que levantara hasta el cielo todos los palacios de esa gente egoísta que nos quita lo nuestro. Lo pondremos replicó Mariano, haciendo de la malignidad y de la estupidez una sola expresión. Pero eso es juego de chicos... Es como armar guerra con cohetes en vez de hacerla con cañones. ¿Qué resulta?
Centenares de boinas de todos colores surcaron el aire en prueba del efecto mágico que entre ellas había producido la oración de la primera autoridad civil de la provincia. Los cohetes y la murga municipal secundaron esta gloriosa manifestación de las boinas.
A las diez y media, cuando los campanarios de Villaverde soltaron el primer repique, encendimos el nacimiento, y los padrinos acostaron el niño en su lecho de pajas. Andrés quemó en el patio una docena de cohetes, y el pomposísimo distribuyó sus cucuruchos de confites. Ustedes perdonarán la cortedad... pero... ¡los tiempos no están para lujos!
La muchacha acabó por sentirlo: abrigóse como pudo, pegada a la pared, y cerró los ojos, para contemplar mejor las cosas lindas de la plaza: tanta bandera, tanta gente endomingada, los globos, la música y los cohetes... La fatiga del trabajo diario la venció y quedó dormida, en el umbral, dando al olvido el servicio de la mesa.
Tampoco en el arte difícil de levantar arcos de ramaje con transparentes para la noche, ni en disparar cohetes velozmente y a plomo. Pues bien; este ingeniosísimo varón, que tanto había regocijado a la villa con sus peregrinas invenciones, hacía ya mucho tiempo que permanecía inactivo.
Pasaba las noches hablando; las paradojas surcaban su charla como cohetes de brillantes colores; pero sentíase incapaz de fijar con la pluma ni una pequeña parte de las ideas que se le escapaban en el chorro de la conversación.
Palabra del Dia
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