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Actualizado: 24 de junio de 2025


Afortunadamente no me vi obligado a violentar nada: el armario tenía puesta la llave en la cerradura. Antes de abrir el armario, cerré las puertas para evitar una sorpresa casual de los criados. Luego abrí temblando el espejo que servía de puerta al armario. En una tabla, cuidadosamente pegado a un rincón, estaba el cofrecillo. En aquella misma tabla había otro objeto. Un gancho de trapero.

Si queréis ver antes que nadie esas joyas, os daré gusto. Isabel. Apareció una doncella. Trae un cofrecillo que hay en mi retrete, aquel cofre de sándalo donde yo guardo mis alhajas. ¿Y decís continuó doña Clara que la duquesa de Gandía vendrá por nosotros como madrina en nombre de la reina? Así me lo ha dicho su majestad. Ved el aderezo de que os he hablado dijo doña Clara, abriendo el cofre.

Entró en la habitación, á la sazón desierta, y vió el cofrecillo sobre la chimenea. Era una caja de forma cuadrada con incrustaciones de marfil, como se hacen tantas en Florencia. Debajo, vió Mauricio al volverla, grabadas en la madera, estas palabras: "Pellegrini, via Maggio."

De repente una idea poco digna, pero disculpable en la situación en que me encontraba, me llevó a su dormitorio: «En el armario me había dicho, encierra el cofrecillo donde tiene el retrato que besa, y los papeles que lee llorando. Si es necesario forzaré el armario y conoceré a ese hombre, leeré esas cartas, sabré a qué atenerme

Pero, cuando él vio a un lado de la barca el cofrecillo donde ella solía tener sus joyas, el cual sabía él bien que le había dejado en Argel, y no traídole al jardín, quedó más confuso, y preguntóle que cómo aquel cofre había venido a nuestras manos, y qué era lo que venía dentro.

¿Habría otro retrato en el cofrecillo? sería aquel otro el que besaba Amparo. Revolví, busqué y encontré otro retrato. Pero era un retrato de mujer, y tenía el marco negro. Yo estaba seguro de que el retrato que besaba Amparo estaba contenido en un medallón dorado. Aquel retrato era el mío.

Reflexionando así, subió á su cuarto y dió instrucciones á la doncella para que los últimos regalos ofrecidos á Herminia fuesen llevados á las nuevas habitaciones, y ella misma se propuso entregar á su sobrina un cofrecillo que contenía sus joyas de soltera y algunos pequeños recuerdos cuidadosamente conservados. Al cogerle, le ocurrió una idea que la hizo sonreir.

Sin dudar ante la atrocidad de la acción que cometía y disculpándose, acaso, en el fondo, por la necedad misma de aquellas epístolas, Clementina cogió las cartas y las colocó muy á la vista en el cofrecillo, encima de todos los objetos cuidadosamente arreglados por Herminia. Después cerró la caja y quitando la llave, descendió al salón.

En un cofrecillo muy chico cabían los libros que poseía, siendo el de encuadernación más resentida por el continuo uso y el de hojas más manoseadas, los Santos Evangelios. Ni los Padres de la Iglesia ni los excelsos místicos le deleitaban tanto como aquellos sencillos versículos que ofrecen, a quien sabe leerlos, mundos de pensamientos encerrados en frases sobrias.

Clementina pensó: "¡Hipócrita! intenta engañarme, pero no sabe que estoy apercibida: sus astucias no tendrán efecto." Y en voz alta añadió: En el saloncillo, sobre la chimenea, encontrará usted un cofrecillo que contiene los recuerdos de soltera de Herminia. Ábrale usted mismo; he aquí la llave. Mauricio la cogió, la guardó en el bolsillo del chaleco y respondió: Voy enseguida.

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