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Actualizado: 17 de junio de 2025
Luego aquella curiosidad maldita, aquel afán inmoderado de saber la vida de uno con todos sus pormenores, lo que había hecho y lo que pensaba hacer, era para desesperarse. La hermana San Sulpicio cruzaba al mismo tiempo por el corredor, y cruzaba tan velozmente que el vestido se le enganchó en un clavo de la pared y se rasgó con un siete formidable.
Tembló toda. ¿Entra? ¿Sale? ¡Juan! ¡allí Juan! ¡Juan así! Se clavó los dientes en el labio, y los dejó clavados en él. Volvió la espalda, se entró por el corredor que iba a su habitación; a Sol que fue corriendo detrás de ella: «¡Vete! ¡vete!», y entró en su cuarto, cerrando tras de sí con llave la puerta.
«¡Dejarte! rugió el viento arrebatándole en un torbellino y volteándole en el aire como un trompo ; no en mis días.» Las lágrimas que se asomaron a los ojos de Paca, corrían ya por sus mejillas. El viento siguió la abuela depositó a Medio pollito en lo alto de un campanario. San Pedro extendió la mano y lo clavó allí de firme.
Y entonces renacía en él el ansia de señalarse y de probar su valor, volviendo a lanzarse en las más peligrosas aventuras. Las buenas ocasiones no habían de faltarle. La primera que se le ofreció fue la de ir a la grande y hermosa isla, donde se crían la canela y el clavo y abundan las perlas en el mar que la ciñe.
Milagros, sin tener confianza en lo que la García Grande decía, sospechaba que hubiese algo de verdad en ello, o lo que es lo mismo, se amparaba a lo absurdo como el desesperado que se agarra al clavo ardiendo. «Pero diga usted, Cándida... ¿Ese dinero lo tiene usted?».
Sentose; clavó en los míos sus ojos, dulces y elocuentes, como si en ellos quisiera mostrarme estampado todavía el idilio de la noche anterior..., y me encontré sin ánimos para decir la primera palabra. Todas las fuerzas con que contaba para llevar a cabo mis proyectos, me habían faltado de repente.
A ver si cuando salgas de esta, te sirve de escarmiento». Mauricia se volvió para Fortunata, que se había sentado junto a la cabecera; la miró mucho, sin decir nada; después clavó sus ojos en el techo, rezongando: «Sí... bien mala he sido, bien re-mala...». Y vuelta otra vez hacia su amiga, le dirigió estas palabras: «Oye tú, arrepiéntete... pero con tiempo, con tiempo.
Mire usted, condesa dijo Pilar al cabo, satisfecha de hallar un motivo para desesperar a las Amézagas , lo bonito, es ese agujón de Luisa. Luisa sacó de su moño el clavo de oro, con cabeza de amatista, constelada de diamantes chiquititos. Otro igual tenía ayer la sueca explicó al ponerlo en manos de la condesa . Llevaba todo el juego: pendientes, collar de bolas de amatista y el agujón.
En cuanto alzó los ojos, que la excesiva claridad le obligara a cerrar, enderezó la mirada a la señora de la casa, sentada en una butaca. Clavó ella a su vez en él otra intensa y ansiosa. Fue un choque que dio instantáneo reposo a sus fisonomías, como dos fuerzas iguales que se neutralizan.
El polvo señala sobre las paredes desnudas la marca vertical de los paños; y uno que otro clavo conserva aún hilachas y jirones de terciopelo turquí.
Palabra del Dia
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