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Actualizado: 17 de julio de 2025
Nosotros le seguimos, creyendo que dominaría el tumulto; pero, al llegar él solo hasta unas cubas que había delante de la cocina, uno de los marineros le tiró el cuchillo, con tal acierto, que se lo clavó en la garganta.
Pero Quino, en quien por desgracia el escepticismo había hecho presa hacía ya largo tiempo, le clavó una mirada escrutadora y dijo con sorna: ¿Sabes, Bartolo, que esa bofetada que soltaste me parece que dió la vuelta antes de llegar á su sitio? ¿Por qué lo dices, puño? preguntó encrespándose el hijo glorioso de la tía Jeroma. Porque tienes la cara como si antes de llegar hubiese rebotado.
En eso estoy repuso ella con firmeza, y para eso te lo he confesado. Osuna le clavó una mirada de sorpresa y curiosidad. Vamos dijo al cabo con sonrisa sarcástica, ha habido rompimiento. Poco importa que haya uno u otro respondió con acento desabrido. Lo que me interesa en este momento es que no pague yo sola la culpa que es de los dos... de él principalmente.
Clavó sus ojos en ella con expresión de gozo y de sincero afecto, como si hallase a una prenda del corazón a quien no hubiese visto en mucho tiempo, como si Rosa fuera ya un ser que le perteneciese. Esta mirada llegó hasta el fondo del alma de la aldeana. No supieron qué decirse. Por fin, Andrés pronunció algunas palabras incoherentes sobre lo bien que le sentaba el traje de su prima.
Aquel pensamiento fijo, único, que las embargaba hacía ya tanto tiempo, iba convirtiéndose en un clavo doloroso en la frente. Pero D. Cristóbal ni se rendía ni se le pasaba por la imaginación el capitular. Creía siempre a pie juntillas en el marido de sus hijas, y lo anunciaba con la misma seguridad que los profetas del Antiguo Testamento la venida del Mesías.
¡Hermosos árboles! exclamó Cornelio acercándose a uno de ellos . ¡Y qué olor tan penetrante el de sus frutas! Hay aquí una fortuna dijo el Capitán . ¡Qué desgracia tener que dejarla! Los indígenas la recogerán. No la aprecian, y la abandonan; como tampoco estiman en nada el clavo, que tanto se aprecia entre nosotros. ¿Hay alguno aquí? Sí; mira uno, Cornelio.
Me limité a inclinarme e hice lo que él había previsto: crucé ambas manos a la espalda. Rápida como el rayo brilló en alto su daga y se clavó en mi hombro: de no haberme apartado bruscamente me hubiera atravesado el corazón.
La chula les clavó una mirada inquisitorial, agresiva, sin hacer la más leve inclinación de cabeza. ¿Pero se ha casado ese hombre? preguntó Presentación. No lo sé contestó Miguel riendo. Dicen que sí. Al fin ha encontrado lo que tanto apetecía: una mujer enérgica. Creo que le da cada pie de paliza que lo deja verde. ¡Qué horror! exclamó la joven estupefacta. ¡Parece mentira! ¿Mentira?
Pero aquel la, esa especificación concreta de un individuo de la especie, me hizo incorporar en el lecho y mirar por la puerta entreabierta. Ruperta se dirigió a un rincón, que estaba al alcance de mi mirada, y descolgó de un clavo un aparato chato, que un ligero examen posterior reveló ser una, o mejor dicho, la alpargata.
A Pedro Real, pagó con un movimiento de cabeza, su humilde saludo, cuando pasó a caballo; y no lo vio con pena, ni con afecto que debiera afligir a doña Andrea, todo lo cual vio Adela desde su balcón, aunque estaba de espaldas. Pero Lucía se había entrado por el alma de Sol, desde la noche en que le pareció sentir goce cuando se clavó en su seno la espina de la rosa.
Palabra del Dia
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