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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Yo conté lo mejor que pude mi viaje con don Ciriaco. Después vinieron unas cuantas amigas de Dolorcitas. Yo estuve hablando con doña Hortensia, que se mostró muy amable conmigo. A media tarde don Ciriaco me llamó. Vamos, Shanti me dijo. El ama de la casa me advirtió que todos los domingos y días de fiesta estaba invitado a comer allá. Si no iba, preguntarían por y me llevarían a la fuerza.

El dueño de aquella, Capitán Ciriaco, que sabía nuestro viaje, nos tenía preparado un buen almuerzo, durante el cual nos enteramos que aquel poseía un capital inmenso consistente en sementeras, cafetales y ganados, lo que comprendimos desde luego al ver las dimensiones de sus tambobos, repletos de bayones de café, y cavanes de palay.

Yo tenía un poco más de mundo que cuando estudiante, y pude comprender que la bella Hortensia se desentendía de toda preocupación moral y que no buscaba mas que prosperar y gozar. Satisfacer los sentidos y la vanidad. Su fama en Cádiz era un tanto equívoca. Don Ciriaco pensaba retirarse y quería que yo le reemplazara en el mando de la fragata; pero esta combinación no le gustaba a don Matías.

Los marineros, casi todos vascos, se avenían bien y no había riñas. A la vuelta de este viaje me embarqué con don Ciriaco en Cádiz, en la Bella Vizcaína. La fragata me pareció un salón, tan limpia, tan arreglada estaba. Don Ciriaco, como su barco, era también muy atildado y muy pulcro. Llevaba casi siempre sombrero de paja, traje blanco, patillas cortas, ya grises.

Me levanté, me vestí y me acicalé todo lo posible. Los marineros de la fragata, vestidos de día de fiesta, nos esperaban en el bote; entramos don Ciriaco y yo, y nos dirigimos al puerto de Cádiz.

Pero los españoles vascongados y andaluces estuvimos bebiendo y cantando hasta muy entrada la noche. Atravesado el estrecho de la Sonda, nos quedaba poca distancia. Tardamos en toda la travesía cinco meses, y, como el viaje en este tiempo era para don Ciriaco un éxito, entramos en la bahía de Manila disparando cohetes.

Capitán Ciriaco y otros muchos que se encuentran en su caso, por no pagar, ni aun pagan la prestación personal, de la que están exentos por razón del cargo que ejercieron. Ligeramente apuntamos esta idea que algún día quizá desarrollaremos, si Dios quiere, juntamente con otras muchas que guardamos en cartera.

Don Ciriaco pensaba zarpar al día siguiente; yo quise acompañarle hasta el barco; pero él no lo permitió. vete a estudiar a San Fernando me dijo . No pasará mucho tiempo en que seas el que te vayas y yo el que me quede. ¡Adiós, Shanti! Adiós. Nos abrazamos, él se metió en el bote y desapareció.

Necesito una hora para preparar todo eso dijo el montañés. Muy bien contestó el capitán . Le concedemos a usted la hora. Pueden ustedes dar una vuelta si quieren. No, no. ¿Para qué? Tráigase usted una botella de manzanilla de Sanlúcar y unas aceitunas. Bebimos los dos, y, de pronto, me dijo don Ciriaco: Mira, pilotín; te he presentado a Hortensia y a don Matías, porque te pueden servir.

Intenté respirar, la boca se me llenó de sangre y sentí el ruido del aire al entrar por el agujero de la herida. Tenía atravesado el pulmón. Pasé días muy malos entre la vida y la muerte. Un mes estuve en cama, y al cabo de este tiempo pude levantarme hecho una momia. Don Ciriaco, desde que supo lo ocurrido, se plantó al lado de mi cama y me cuidó como a un hijo. Hortensia vino también a verme.

Palabra del Dia

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