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Actualizado: 11 de junio de 2025
El marino había visto estas vegetaciones pétreas, como bosques sumergidos, en el fondo del mar Rojo y en los mares del Sur. Había navegado sobre ellas haciéndose la ilusión de que por las entrañas azules del Océano circulaban anchos ríos de sangre.
Don Sebastián, hombre de enérgicas pasiones, sentía la paternidad hasta la vehemencia. Aquellos dos seres eran la imagen de la pobre muerta, el recuerdo del único idilio de una vida dedicada por completo a la ambición. Las calumnias que circulaban los enemigos, fundándolas en la presencia de su hija en el palacio arzobispal, le ponían como loco.
Gallardo, vistiendo rica zamarra, como un señor del campo, la cabeza descubierta y la coleta alisada hasta cerca de la frente, recibía a su banderillero con zumbona amabilidad. ¿Qué decían los de la afición? ¿Qué mentiras circulaban?... ¿Cómo marchaba «eso» de la República? Garabato, dale a Sebastián una copa de vino. Pero Sebastián el Nacional repelía el obsequio. Nada de vino; él no bebía.
Contemplando desde la sierra lo que se veía del panorama del Puerto, habíame comparado yo, por la fuerza del contraste, con un mísero gusanejo; pero al hallarme en el observatorio de más adentro, ¡qué cambio tan radical y tan súbito de ideas, y cuán extrañas las impresiones recibidas!... Creo que fue de espanto, de frío y de «arrepentimiento» la primera, y estoy seguro de que fue de melancolía la segunda, como lo estoy también de que la siguiente me infundió la sensación de lo que tenía a la vista, de tal modo y con tal intensidad y fuerza, que hubiera jurado yo que circulaban por mis venas líquidos pedernales, y era mi cuerpo una estatua de granito coronada con manojos de «loberas» y acebuches.
Tampoco estaban ellos para bromas. En cambio, celebrábase gran fiesta en una casa de ricos comerciantes del barrio de Abajo, la de Sobrado Hermanos. Era el santo de Baltasar, único vástago masculino del tronco de los Sobrados, y cuando más diabluras hacía fuera el viento, circulaban en el comedor los postres de una pesada comida de provincia, en que el gusto no había enmendado la abundancia.
Sería cosa interminable el referir una por una todas las bellezas que el arte y la naturaleza de consuno habian aglomerado en el delicioso recinto de Azzahra: bellezas realzadas con el esplendor de la corte, la muchedumbre de soldados, pages, eunucos y eslavos, de todos paises y religiones, costosamente vestidos de seda y brocado, que circulaban por sus anchas calles, y los grupos de jueces, katibes, teólogos y poetas que gravemente paseaban aquellos suntuosos salones, aquellos espaciosos vestíbulos y antecámaras.
Este rival del mayordomo era el propagandista más asidao de las versiones contra el ministro, y tengo la seguridad de que la mayor parte de los cuentos que circulaban en la Casa de Gobierno, como una cosquilla, eran hijos de su labio maldiciente.
Circulaban por el gentío las más contradictorias noticias. Ya no se verificaba la romería: oponíase á ella el gobernador, al que los bizkaitarras, en su fervor separatista, llamaban despreciativamente «el cónsul de España». Después corría de boca en boca la certidumbre de que iba á celebrarse la fiesta.
Los mismos tipos del ejército de Oriente circulaban por sus aceras: ingleses vestidos de kaki, canadienses y australianos con sombreros de ala levantada; indostánicos enormes y esbeltos, de tez cobriza y espesa barba en forma de abanico; tiradores senegaleses, de un negro charolado; tiradores anamitas, de cara redonda y amarillenta, con ojos en triángulo.
Menudencias que la Historia no registrará seguramente. De propósito se empezó tarde la comida, y circulaban aún las dos sopas de hierbas y de puré, cuando los camareros cerraron las maderas de las ventanas y encendieron las bujías de los candelabros y los aparatos de gas.
Palabra del Dia
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