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Nadie, según doña Emilia, sería separatista o catalanista, sino fervoroso español, si pudiésemos contestar a sus quejas y a sus gritos «con las letras, con el arte, con la instrucción, con el progreso, con la rehabilitación de España; con una patria tan bella, tan digna de ser amada, tan majestuosa y noble, que nadie que no esté demente pueda desearle sino larga vida.» Precisa condición para lograr todo esto es que la patria esté bien administrada; y volvemos a la sentencia de Cánovas.
Circulaban por el gentío las más contradictorias noticias. Ya no se verificaba la romería: oponíase á ella el gobernador, al que los bizkaitarras, en su fervor separatista, llamaban despreciativamente «el cónsul de España». Después corría de boca en boca la certidumbre de que iba á celebrarse la fiesta.
Seriamente no hay temor de que por allí el enojo causado por el desdén dé ser a un regionalismo separatista, porque sería bastante dificultoso que en Andalucía pretendiese nadie escribir en otro idioma que no fuera el castellano.
A ver si esto se aviene con silbar y apedrear los conventos y las procesiones devotas, y con otros desahogos por el estilo. Acerca del regionalismo separatista, me parece que doña Emilia se expresa con discreción y tino.
Palabra del Dia
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