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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Deslizábanse después de este día, con lentitud tediosa, los del mes de Agosto, el mes en que Madrid no es Madrid, sino una sartén solitaria. En aquellos tiempos no había más teatro de verano que el circo de Price, con sus insufribles caballitos y sus clows que hacían todas las noches las mismas gracias.
Juanito, sin dejar de andar, despertó del extraño sonambulismo que le hacía correr en torno de la ciudad, agitado a cada instante por los más diversos pensamientos. Frente a él perfilábase sobre el cielo de pálido azul la plaza de Toros, con su contorno de circo romano.
En el circo ninguno es indiferente, y los partidos se multiplican hasta la extravagancia, Cada cual tiene su espada, su picador, su torero y su toro predilecto. Los propósitos, los dichos, los epigramas y las interjecciones gordas se cruzan; las miradas son fulminantes, los gestos y movimientos dan la idea de la fiebre unida á la rabia.
Notaba que los setos estaban mal cuidados y se prometía reforzarlos, para que no pudiesen entrar los ladrones. El 6 de septiembre, hasta el señor Delviniotis había perdido toda esperanza. Mateo Mantoux lo supo y se apresuró a escribir «a la señorita le Tas, en casa de la señora Chermidy, calle del Circo, París».
Pablo, que había concluido su compromiso en el regimiento, dejó el servicio y volvió a París con su joven cantora de opereta... luego fue una bailarina... después una cómica... más tarde una amazona del circo. Ensayaba todos los tipos. Así vivía con la brillante y miserable vida de los desocupados.
Hasta sus menores acciones procuraba que fuesen conocidas, sin duda para tranquilizar la susceptibilidad de don Diego; quizá también para oponer una barrera entre ella y los que dudaban de su virtud. La presencia del duque en los salones de la calle del Circo no fue tampoco inútil a la reputación de la señora Chermidy.
Todavía faltaba lo más importante: el pavo, protagonista de la gastronómica fiesta; y la señora y su cochero, empujados rudamente por la corriente humana, atravesaron una profunda portada semejante a un túnel, viéndose en el Clòt, en la plaza Redonda, que parecía un circo con su doble fila de balcones.
Dió después Martín la vuelta al prado de Santa Ana, hasta detenerse prudentemente a quince o veinte metros de la entrada del circo. Al ver a Linda le dijo: ¿Quieres venir? No puedo. Pues ahora te traeré las cerezas.
El gigante está sentado en el pico de un monte, con una cosa revuelta, como las nubes, del cielo, encima de la cabeza: no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido con un blusón, como los pastores, un blusón verde, lo mismo que el campo, con estrellas pintadas, de plata y de oro y la barba es muy larga, muy larga, que llega al pie del monte: y por cada mechón de la barba va subiendo un hombre, como sube la cuerda para ir al trapecio el hombre del circo. ¡Oh, eso no se puede ver de lejos!
Algunos de ellos habían llegado de Andalucía tras una conducción de toros, quedándose para siempre en los alrededores de la plaza. Repartió Gallardo algunas monedas entre estos mendigos que le seguían gorra en mano, y entró en el circo por la puerta de Caballerizas. En el corral vio un grupo de aficionados presenciando las pruebas de los picadores.
Palabra del Dia
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