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Actualizado: 2 de junio de 2025
Mas, al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada.
En lugar de la redoma de cristal, tapaba todo esto un pedazo de gasa, sujeto con cintas azules á las piernas de la diosa, la cual ostentaba en su profano pecho un escapulario de la Virgen del Carmen.
Las reflexiones sanas que impulsan al culpable a censurarse interiormente no acuden con bastante energía, aun en el aire más puro y ante las mejores lecciones del cielo y de la tierra. ¿Cómo era posible que esas delicadas mensajeras de alas blancas pudieran llegar hasta la celda emocionada del corazón de aquella mujer, celda habitada sólo por recuerdos tan poco nobles como los de una moza de posada que sueña en su paraíso de antaño con sus cintas color de rosa y con las bromas de los señores?
En aquella época, en que los peinados eran una epopeya de rulos y rellenos, Fernanda llevaba el suyo de una simpleza tal, que rayaba en la suma elegancia: sus cabellos, de un rubio mate, recogidos y sujetos por dos cintas de moirée celeste, iban a rematar en la más linda nuca de mujer.
Paños, terciopelos y rasos, recamados y bordados de oro con tanta gracia como profusión; encajes, tules, preciosas cintas, ricas joyas y otros accesorios de gran mérito y coste componían aquel raro uniforme femenino, que me recordó los trajes que las judías ricas sacaban á relucir los sábados en Tetuán.
Tomando a Lucía y a Artegui por recién casados, se puso lisonjera, insinuante, pesadísima, y se empeñó en enseñarles un equipo completo, barato, de lo más distinguido; echó sobre el mostrador brazadas de prendas, una marea de randas, de bordados, de cintas y de batista.
No era un chulillo, porque no agitaba en el aire el ligero velo de seda roja, y su mano no blandía ni la larga lanza del picador, ni la espada de dos filos del matador; no llevaba tampoco ni el sombrero adornado de cintas, ni la redecilla, ni el traje bordado de plata.
Veamos esos papeles dijo Juan ya que habéis abierto ese cofre, á fin de que sepamos á quién pertenece esto. Sí, veámoslo, señor, veámoslo dijo maquinalmente el cocinero mayor. Cortó Montiño las cintas que ataban los papeles, y cayeron sobre la mesa. Tomó uno á la ventura y leyó: Era una partida de bautismo librada por Pedro Martínez Montiño y testimoniada por el escribano Gabriel Pérez.
Por eso, también, mi padre dudaba de mi felicidad. ¿Dudo yo también ahora? »Las nubes avanzan sobre las cimas de los montes, toman formas caprichosas, se entrelazan como cintas, se extienden como velos: un lado del lago ha desaparecido detrás de ellas, las aguas no tienen ya límite, forman como un golfo abierto en un océano misterioso. Todavía oigo su voz. Soy feliz... »Soy feliz.
Era un hombre vestido con ropas cuidadosamente cepilladas, pero que por su holgura revelaban no haber sido confeccionadas para su cuerpo. El sombrero, más grande que la cabeza, llevaba hinchado el sudador por ocultas cintas de papel. Tenía la cara rojiza, con profundos surcos en cuyo fondo la piel aparecía blanca y brillante.
Palabra del Dia
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