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Actualizado: 16 de junio de 2025


Miraban con cierto desprecio a las otras mesas, en las que no había un hombre de tanta originalidad. Las conversaciones terminaron. Kotelnikov estaba orgullosísimo de su papel. Ya no encendía él sus cigarrillos, sino que esperaba a que el criado se los encendiese. Cuando las botellas de cerveza estuvieron vacías, se pidieron otras seis.

Aquellos señores no podían estar así con las ropas impregnadas de humedad, cansados y desfallecidos por una noche de lucha. ¡Pobrecitos, bastaba verles! Y colocaba sobre la mesa galletas, pasteles, una botella de ron; todo lo que podía encontrar en la despensa, y hasta un paquete de cigarrillos rusos con boquilla dorada que la hortelana miraba con escándalo. Déjalos, tía decía a la pobre vieja.

El instinto que impele a los amotinados a ponerse a las órdenes de alguien, aconsejó a las operarias del taller de cigarrillos arrimarse a Amparo buscando el calor de su tribunicia frase. Halláronse chasqueadas: Amparo no dio fuego.

Todos los días, en seguida de comer, don Cándido, apoyado en el alféizar de la ventana de su cuarto, releía y meditaba un par de capítulos de San Marcos o San Mateo. Luego dejaba el libro, y tomando el sol y fumando cigarrillos pasaba el rato entretenido en observar cómo trabajaban unos cuantos picapedreros que, en un solar contiguo y vallado, tenían establecido al aire libre su taller.

Sentíase inclinado a creer en la metempsicosis y era capaz de fumarse en media hora una cajetilla de treinta y cinco si Barragán se la hubiera dado, que no se la daba. Sin embargo, cada lección podía costarle bien de tres a cuatro cigarrillos. Por fin Barragán cayó en el espiritismo.

He visto mujeres hambrientas, casi desnudas, vender, no ya su cuerpo si algo valiera, sino lo más indispensable para su subsistencia, a fin de llevar cigarrillos o bebidas a sus maridos que, cuando están fuera de la cárcel, dilapidan con otras de mala vida el dinero que pueden atrapar, y a ellas les compensan su abnegación con caricias que dejan sobre sus cuerpos indelebles cicatrices que no se borran jamás.

Desde las ventanas del taller de cigarrillos se registraba hermosa vista de mar y país montañoso, y entraba sin tasa por ellas luz y aire.

Miguel recorrió innumerables veces la fauna moderna y la antediluviana, pero ya no le daba bendita la vergüenza; se distraía el tiempo de prisión tocando la trompeta con los puños hasta que venía el inspector a hacerle callar: los chicos, de quienes era querido, solían traerle los postres que les sobraban, o bien cigarrillos, o cualquiera otro entretenimiento para que no lo pasase tan mal.

En nuestra madriguera del cañaveral cargámosla María y yo con religiosa y firme unción. Cinco cigarrillos dejaron su tabaco adentro; y sentándonos entonces con las rodillas altas, encendí la pipa y aspiré. María, que devoraba mi acto con los ojos, notó que los míos se cubrían de lágrimas: jamás se ha visto ni verá cosa, más abominable. Deglutí, sin embargo, valerosamente la nauseosa saliva.

Cuando él estaba en el café, Leonora permanecía al cuidado de la patrona, y la niña tímida, encogida y como asombrada, pasaba las horas en el salón de la antigua bailarina, rodeada de las amigas de ésta, ruinas del pasado, adoraciones ardientes de grandes señores que hacía muchos años pudrían la tierra; brujas requemadas por el amor, que miraban a cada instante sus vistosas joyas, como temiendo ser robadas, y fumando cigarrillos contemplaban a la pequeña, discutiendo su hermosura, profetizándola que iría muy lejos si sabía vivir.

Palabra del Dia

rigoleto

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