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Actualizado: 9 de junio de 2025


Entonces Tragomer, cubriendo con una mirada á su interlocutor, dijo recalcando las palabras hasta darles un tono amenazador: Dime; ¿has conocido á miss Harvey durante tu viaje á América? Sorege no levantó los ojos, siguió cerrado é impasible, pero se levantó lentamente, cogió un cigarrillo y le encendió en la chimenea, como si quisiera tomarse tiempo para reflexionar.

Al llegar aquí Torquemada sacó su sebosa petaca. Como tenía tanta confianza, iba a echar un cigarro; ofreció a Maximiliano, y doña Lupe respondió bruscamente por él diciendo con desdén: «Este no fuma». Las operaciones previas de la fumada duraban un buen rato, porque Torquemada le variaba el papel al cigarrillo.

Y aún decía Nicolás que tomaba chocolate no por tomarlo, sino nada más que por fumarse un cigarrillo encima. ¿Y qué resultó anoche? preguntó doña Lupe al ponerle delante todo aquel cargamento. Pues nada, que no hay quien le apee respondió el clérigo, sumergiendo el primer bizcochito en el espeso líquido . Lo que usted decía: no es posible quitárselo de la cabeza.

Mientras el marino volvía á atacar su desayuno, con la familiaridad de un amante que ha llegado á la posesión y no necesita ocultar y poetizar sus necesidades groseras, ella se sentó en una vieja chaise longue, encendiendo un cigarrillo. Se replegó en este asiento, con las piernas encogidas y formando ángulo dentro del círculo de uno de sus brazos.

Sirviose el café y circularon los cigarros. Juana anunció que quería fumar, y tomó un cigarro para ensayarse. Le va a hacer mal exclamó el señor de Maurescamp; tomad un cigarrillo. No, no, quiero un cigarro dijo la joven cuyos ojos estaban algo empañados. El señor de Maurescamp se encogió de hombros y quedó callado.

¡No ha de ser sólo por buscar correspondencia!... don Ricardo decía Baldomero mientras armaba un cigarrillo cuyo papel, en el extremo exterior pasó por la lengua alisando luego la parte humedecida, con la yema del pulgar pasada de punta a punta. Y por pasear un poco, Baldomero. ¡Y por hacer alguna visita!... No haría más que cumplir lo prometido.

Y notando que su larga conversación con el español producía malestar y escándalo en los otros visitantes, se levantó para ir hacia ellos. ¿Quién de ustedes me da un cigarrillo?... Los tres salieron á su encuentro á la vez, ofreciendo sus pitilleras, y la rodearon como si quisieran disputarse á golpes sus palabras y sus gestos.

¡Ave María purísima! compadeced al blasfemo dijeron los contrabandistas persignándose y estremeciéndose de horror. Muchos fervientes católicos hasta se buscaron sus cuchillos. El gitano, que no concebía la causa de este retraso, reiteró la señal con el cigarrillo encendido.

Una cadena algo negruzca, con llaves de reloj y medallas, se tendía de la botonadura de la sotana a un bolsillo del pecho. Dos dedos enrojecidos por el tabaco sostenían un cigarrillo. La cabeza, de pelo duro e intensamente negro rayado de canas prematuras, ocultábase en parte bajo un casquete redondo de seda, igual al que usan los tenderos.

Tienen opio; son muy agradables. Y encendió uno, siguiendo las espirales de humo con sus ojos verdosos, que adquirían al transparentar la luz un temblor de oro líquido. El torero, habituado al bravo tabaco de la Habana, chupaba con curiosidad este cigarrillo. Pura paja; un placer de señoras. Pero el extraño perfume esparcido por el humo pareció desvanecer lentamente su timidez.

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