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Actualizado: 14 de junio de 2025
Sin duda, en la citada casa de campo, ha de tener Isidoro algunos animales domesticados, y entre ellos la cigüeña blanca. Tuvo un día el capricho de colgar al cuello de la cigüeña las tres poesías sanscritas, de cierto compuestas por él, porque es muy ingenioso y aprovechado estudiante. El quiso embromar a alguien, sin prever a quien embromaría.
Desgraciadamente no fué solo el toro el que pagó las consecuencias de la violenta acometida; la cigüeña también se había destrozado, y todos sus pasajeros hubieron de descender de ella internándose en la manigua, pues debían buscar una posición que estuviera en condiciones de poderse defender, caso de que alguna partida tratara de atacarles.
Pero el coronel Machado, que es hombre que no se detiene ante ningún obstáculo para llegar al fin, y que comprendía lo necesario de su llegada á Guantánamo ordenó que la Compañía del Este pusiera á su disposición una cigüeña de vapor para hacer el viaje en unión de sus compañeros.
La primera impresión fué terrible, todos creyeron que las partidas de alzados que merodeaban por aquellos lugares les habían tendido un lazo para capturarlos vivos; pero poco á poco fuese aclarando el misterio, y se pudo ver lo que había producido aquel espantoso choque: era un toro que se paseaba por el puente y al que la velocidad con que marchaba la cigüeña le impidió salir de él.
Casi al mismo tiempo tendió Yonson su temible arco y la flecha detuvo en su vuelo al milano, que empezó á caer velozmente; alzóse gran clamoreo de los espectadores, que aplaudían ambas proezas; pero la aprobación de todos se trocó en asombro al ver que Yonson ponía apresurado otra flecha en su arco apenas disparada la primera y apuntando horizontalmente clavaba á su vez una saeta en la infeliz cigüeña, casi en los momentos de dar ésta con su cuerpo en el suelo.
En efecto, estaba para acabar ya el mes de Junio y el indio no había aparecido. Una mañana, como de costumbre, entre diez y once, volvía Poldy de la laguna, donde en balde había buscado a la cigüeña. Fatigada y triste, en medio de la senda por donde se volvía al castillo, Poldy se sentó, al pie de un olmo, en un asiento rústico, y en lo más frondoso, intrincado y bonito del parque.
Le cayeron en gracia y le ganaron la voluntad el respetuoso acatamiento y la amistosa dulzura conque la cigüeña la miraba. Confesó, allá en sus adentros, que la cigüeña sabía tratar a las gentes como merecían, y que, naturalmente, estaba dotada de exquisita buena crianza, aunque por ser crianza no aprendida, más bien debiera llamarse soltura fina o refinado tacto de mundo.
Después de enviar á la siguiente estación al conductor de la cigüeña, se emboscaron todos detrás de una cerca, esperando el momento de morir matando, pues en el caso probable de que hubieran sido atacados por los alzados éstos al ver á sus enemigos en número inferior, los hubieran tratado de capturar y como consecuencia se habrían defendido hasta disparar el último tiro.
Hizo Poldy algunos cariños a la cigüeña a fin de mostrar su gratitud, y hasta hay quien dice que besó su cabeza en albricias del buen recado. Luego Poldy se fue corriendo al castillo para encerrarse en su cuarto, cortar el precinto con tijeras y ver lo que el rollo contenía. Había en el rollo varios objetos que Poldy fue sucesivamente examinando.
Poldy tuvo entonces barruntos de que la cigüeña iba a emigrar y a volver sin duda al soñado palacio, a la ciudad oriental, al templo o a la quinta, donde el autor de los versos moraba. Irresistible fue la tentación que sintió de escribirle. ¿Porqué no había de hacerlo por estilo prudente y decoroso que no la comprometiera?
Palabra del Dia
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