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Un macferlán de un negro rojizo servíale de abrigo, y por entre las solapas mostraba con cierto orgullo su único lujo, el lujo de la juventud mísera, una gran corbata de colores chillones, que ocultaba la camisa, y un cuello postizo, alto, de rígida dureza, pero cuyo brillo había tomado, con el uso, una blancura amarillenta de mármol viejo. ¿Qué hay de política? dijo otra vez el empleado.

El Señor contempló luego á Eva. Desde mucho antes le había dirigido rápidas miradas de curiosidad y de indignación. Era la primera vez que veía á una mujer vestida. ¿De dónde había salido este animal de plumaje fantástico, este loro sin alas, cuya forma absurda y colores chillones no hubiera podido concebir

Pero se detuvo al oír la voz cascada y chillona que sonó en la antesala. ¡Es el ama...! ¡el ama! gritó Amparito con ingenua alegría. Pero inmediatamente se contuvo, ruborizada, como si hubiese cometido una terrible inconveniencia. Precedida de Nelet, entró en el comedor, balanceándose y atronándolo todo con sus chillones «¡buenos días!», una labradora gruesa y hombruna.

Se revolvió la servidumbre asombrada, y el mismo don Manuel corrió inquieto hacia la niña, a quien doña Rebeca cubría ya de besos chillones y babosos, diciendo a guisa de explicación: Como no me conoce, se asusta un poco. Carmencita tendió ansiosa los brazos a su padrino, y poco después se refugiaba en los de Rita hasta que doña Rebeca se hubo despedido.

En los ángulos se veían enormes vasos de Japon, alternando con otros de Sèvres, de un azul oscuro purísimo, colocados sobre pedestales cuadrados de madera tallada. Lo único que no estaba bien eran los cromos chillones con que don Timoteo había sustituido los antiguos grabados y las litografías de santos de Cpn. Tiago.

La campana sonaba con más fuerza; los mendigos de la puerta del templo entristecían la voz cuanto les era posible; las amas de cría comenzaban a desfilar como burras de leche; las señoras entraban o salían de la iglesia, lanzándose miradas envidiosas; el calor arreciaba, y el paseo se iba quedando poco menos que desierto, oyéndose por la acera de piedra el firme taconear de las muchachas que pasaban, medio ocultas por las anchas sombrillas de colores chillones, mientras las madres llamaban a los niños, que corrían como perrillos jugando a las mulas o se detenían a mirar las estampas que veían al paso en mano de los vendedores de periódicos.

Los chicos, aspados dentro de los trajes nuevos que estrenaban, formaban numeroso grupo que giraba anhelante y respetuoso en torno del cohetero. Por encima de las doradas mazorcas asomaban la cabeza, adornada ya con pañuelos de colores chillones, las jóvenes aldeanas.

En cuanto ésta atentase poco o mucho a la exposición de su belleza, la esquivaba con valor o la modificaba. Rehuía los colores chillones, la profusión de lazos, los peinados complicados. Consideraba a su cuerpo como una estatua y la vestía como tal.

De puro vieja, había tomado esta pintura un tono tan oscuro, que era difícil discernir los objetos; pero aumentando al mismo tiempo el efecto de la profunda devoción que inspiraba su vista, sea porque la meditación y el espiritualismo se avienen mal con los colores chillones y relumbrantes, o sea por el sello de veneración que imprime el tiempo a las obras de arte, mayormente cuando representan objetos de devoción; que entonces parecen doblemente santificados por el culto de tantas generaciones.

Me desembaracé de mi mochila para convertirla en almohada, me aflojé el cinturón y con el cuchillo en la mano me tendí para descansar. Afortunadamente, los mosquitos no cesaron de turbar mi reposo; como durmiendo con sueño intranquilo, mi oído percibía vagamente todos los ruidos á mi alrededor y oía la charanga enervante de los mosquitos y el saltar de los monos chillones.