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Actualizado: 3 de octubre de 2025
Las manos de la duquesa, enrojecidas por un frío muy vivo, se escondían bajo su chal. Al andar, arrastraba los pies, no por indolencia, sino por el miedo de perder los zapatos. Por un contraste que hemos podido observar más de una vez, la miseria no había afeado a la duquesa, que no estaba pálida ni delgada.
Lo mismo decía el dueño de aquel «surtú» que ha pasado en aquella percha dos inviernos; y la que trajo aquel chal, que lleva aquí dos carnavales; y la... Pepe, te daré lo que quieras; mira, estoy comprometido; ¡no me queda más recurso que tirarme un tiro! Al llegar aquí el diálogo, eché mano de mi bolsillo, diciendo para mí: no se tirará un tiro por diez y seis pesos un joven de tan buen aspecto.
Llegamos al piso segundo, en cuyo rellano nos aguardaba un tercero en discordia, y cerca del umbral de la puerta una señora de mediana edad, vestida con sencillez y gusto. Nos explicamos en pocas palabras, entramos en un elegantísimo salon, y antes de tres segundos, teniamos delante un chal como el que habiamos visto en el escaparate.
Debajo del brazo traía una muñeca hecha de harapos, al parecer de confección propia, y casi tan grande como ella; una muñeca de cabeza cilíndrica y facciones toscamente dibujadas. Un largo chal, que visiblemente pertenecía a una persona mayor, le caía de los hombros barriendo el entarimado. Esta inesperada visita no complacía a la señora de Galba.
Yo no exclamé con espanto, deseando alejarme de allí. Doña María se acercó al cuerpo y lo examinó. Una venda dijo uno. Doña María arrojó un pañuelo sobre el cuerpo, y quitándose luego un chal negro que bajo el manto traía, hízolo jirones y lo tiró sobre la arena.
La seguí, riéndome a pesar mío del extraño aspecto que la daban aquel chal tan largo que arrastraba por el suelo y el enorme sombrero de calesín, en el que desaparecía su delicada carita. La pobre muchacha resultaba irresistiblemente cómica. Entré detrás de ella en la iglesia, con cuidado para que no me viera.
Pero ¿lo has pensado bien? ¿Y el relente de la noche? » No le tengo miedo. Ya oíste decir ayer a mi padre que sólo es peligroso al anochecer y que a medida que avanza la noche se siente el mismo calor que hace durante el día. Sin embargo a guisa de precaución bajaré bien embozada en mi chal.
A este ilustre chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza, el mantón de Manila, al mismo tiempo señoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como vestirse con un cuadro.
Poco a poco iba cayendo el chal de los hombros de las mujeres hermosas, porque la sociedad se empeñaba en parecer grave, y para ser grave nada mejor que envolverse en tintas de tristeza. Estamos bajo la influencia del Norte de Europa, y ese maldito Norte nos impone los grises que toma de su ahumado cielo.
Palidecimos y nos sentíamos inquietos; al fin, el editor rompió el silencio con un chiste que, por pobre que fuera, recibimos con espontánea alegría. Cesó de repente el canto, y De-Hinchú, con un rápido y diestro movimiento, arrebató chal y seda, y descubrió, durmiendo pacíficamente sobre mi pañuelo, un diminuto arrapiezo.
Palabra del Dia
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