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Actualizado: 3 de octubre de 2025


Así, las señoras llevan conjuntamente la mantilla española y la manteleta ó el chal frances, ó bien una combinacion de ámbas piezas; y usan para salir á la calle indiferentemente la gorra parisiense ó el bellísimo tocado español, tan sencillo como propio para hacer lucir una rica y negra cabellera.

Tres días tuve que estar en constante espionaje; el primero, oculto detrás de mis cortinas, porque temía asustarla dejándome ver súbitamente; al otro día ya la contemplé pegado a los cristales, pero aun no me atreví a abrir mi ventana; al tercero ya la abrí, y observé gozoso que no la espantaba mi osadía. Aquella misma tarde la vi echarse sobre los hombros un chal, y abrocharse las botas.

¡Y muy honrada!... ¡Bien lo merece!... En resumen, nunca una boda de príncipes, ni aun de reyes, dio lugar a tantas conjeturas; pero aquella misma noche quedaron resueltas todas las dudas al aparecer en el teatro la señora Bonnivet con un chal magnífico. ¿Quién era aquel protector desconocido? Seguramente se trataría de algún banquero entrado en años o algún respetable gran señor.

Aquel hermoso rostro, sembrado de pequeñas manchas, producía el efecto de que estuviese desfigurada por la viruela. Un viejo chal, ennegrecido por los cuidados del tintorero y al que la intemperie había dado un color rojizo, dejaba caer tristemente sus tres puntas cuyos flecos rozaban ligeramente la nieve de la acera.

La alcancé cuando llegaba a la puerta del saloncito que le servía de tocador en el cual acostumbraba pasar el día. Ayúdeme usted a plegar mi chal me dijo. Tenía el alma y los ojos en otra parte. La ancha tela multicolor estaba entre nosotros plegada en el sentido de su longitud y ya no formaba más que una banda estrecha de la cual cada uno sosteníamos un extremo.

El deslumbrante vestido de la belleza, ¿qué de cosas diría dentro de sus límites ocurridas? ¿Qué el collar muchas veces importuno, con prisa desatado y arrojado con despecho? ¿Qué sería escuchar aquella sortija de diamantes, inseparable compañera de los hermosos dedos de marfil de su hermoso dueño? ¡Qué diálogo pudiera trabar aquella rica capa de chinchilla con aquel chal de cachemira!

Entonces Ana se ponía en pie, recorría el comedor a grandes pasos, hundida la cabeza en el embozo del chal apretado al cuerpo, daba vuelta alrededor de la mesa oval, y acababa por acercarse a los vidrios del balcón y apretar contra ellos la frente.

Con todo, un punto suspiró quedito, estremeciéndose. El frío de la noche penetraba, aun cerrados los cristales, a través de las rendijas. Levantose el viajero, y sin mirar que en la rejilla había un envoltorio de mantas, abrió su propio maletín y sacó un chal escocés, peludo, de finísima lana, que delicadamente extendió sobre los pies y muslos de la dormida.

Llevaban el rostro cubierto con el velo del sombrero y otro velo más grande cruzaba sus espaldas, sostenido por los brazos á guisa de chal. Ferragut adivinó una diferencia importante en las edades de las dos. La más gruesa se movía con disimulada pesadez. Su paso era vivo, pero apoyaba en el suelo con cierta autoridad sus pies voluminosos, calzados ampliamente y con tacones bajos.

Doña Rebeca salió del cuarto como una centella y en seguida volvió con un chal en la mano. Carmen, incorporada y anhelante, decía: Me llevaré mi Niño Jesús.... Pero Salvador la alzó en sus brazos, envuelta en el chal, protestando: De aquí no te llevas nada.... Y salió con ella triunfalmente, con la gallardía de un galán de comedia.

Palabra del Dia

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