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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Y como las cerezas, salían enganchados por el parentesco casi todos los vetustenses. Esta conversación terminaba siempre con una frase: Si se va a mirar, aquí todos somos algo parientes. La meteorología tampoco faltaba nunca en los tópicos de las conferencias. El viento que soplaba tenía siempre muy preocupados a los socios beneméritos.

Ana sintió que su mano temblaba sobre las cerezas y aquel contacto le pareció de repente más dulce y voluptuoso. Y cuando nadie la veía, a hurtadillas, sin pensar lo que hacía, sin poder contenerse, como una colegiala enamorada, besó con fuego la paja blanca del canastillo. Besó las cerezas también... y hasta mordió una que dejó allí, señalada apenas por la huella de dos dientes.

Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos descarnados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!

Dió después Martín la vuelta al prado de Santa Ana, hasta detenerse prudentemente a quince o veinte metros de la entrada del circo. Al ver a Linda le dijo: ¿Quieres venir? No puedo. Pues ahora te traeré las cerezas.

Mi mujer es quien las ha preparado. Va usted a probar cosa rica. Su mujer, ¡ah! las había preparado pero se le había olvidado ponerles el azúcar. ¿Qué quieren? La vejez vuelve a uno distraído. ¡Pobre Mamette mía! sus cerezas eran malísimas, a pesar de lo cual yo me las comí todas sin pestañear, no dejando de ellas ni los rabos.

La tal mujer tenía por las mañanas su puesto de frutas en el barrio de la Feria, y para su desgracia el día 6 de Mayo de 1597, sorprendióla el conde vendiendo ciruelas y cerezas á más alto precio que el señalado.

Ana todas las mañanas, por la fresca recorría la huerta y sacudía las ramas cargadas de cerezas acompañada de don Víctor, Pepe el casero y Petra; llenaban grandes cestas, forradas con hojas de higuera, de aquellos corales húmedos y relucientes; y la Regenta sentía singular voluptuosidad sana y risueña al pasar la finísima mano blanca por las cerezas apiñadas sobre la verdura de las hojas anchas y bordadas.

Bien pronto, la proa de la escampavía se hundió también, y los que sobrevivieron a este desastre se subieron al palo de mesana, el único que había quedado en pie, y era cosa curiosa ver este palo, sobre el cual las cabezas de aquellos hombres estaban agrupadas, y que se me perdone la imagen como las cerezas sobre esos ligeros bastones que tanto placen a los niños.

La vaca y el carnero hacen honor á su alto renombre. Todavía hay fresa abundante, y las cerezas entran enredadas unas en otras, porque no les gusta ir solas; que bien se conoce su cortedad de genio en el vivo rubor que enciende sus mejillas. Las uvas y melones no vienen aún; pero Toledo nos manda sabrosos albaricoques.

A lo que él respondió, con aire picaresco: ¡Jem! ¡Jem! No lo . Pudiera ocurrir. Después contempláronse riendo, y las niñitas vestidas de azul, de verlos reír, reían, y en su rincón reíanse también a su manera, los canarios. Dicho sea entre nosotros, creo que el olor de las cerezas las había embriagado a todos una miajita. Cuando salimos el abuelo y yo, caía la tarde.

Palabra del Dia

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