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Actualizado: 16 de junio de 2025


Zonas celestes.= Se ha visto antes de que manera es posible reconocer la curvatura de la Tierra, sea en el mar, sea en los continentes. Veamos ahora cual debe ser el efecto de esta curvatura sobre el aspecto del cielo estrellado. Recordemos que el movimiento diurno se efectúa alrededor de una línea fija, cuya inclinación sobre el horizonte de un punto dado es invariable.

Cuando era pequeño y madó Antonia le acompañaba en sus paseos por la costa de Sóller, se habían entretenido muchas veces dando cuerpo y nombre, con un esfuerzo de imaginación, a las nubes que se juntaban o se esparcían en una incesante variedad de formas, viendo en ellas tan pronto un monstruo negruzco de inflamadas fauces como una virgen entre celestes resplandores.

Pero casi al mismo tiempo que tal decía vínole rápidamente al pensamiento, como esos rayos celestes de que nos habla el misticismo, una idea salvadora, una solución fácil, eficacísima, derivada ¡oh rarezas de la vida!, de la misma situación aflictiva en que la familia se encontraba. ¡Qué cosas hace Dios!

Graves y barbudos santos, alineados con la compostura propia de los círculos celestes aparecen en el centro de este gran Apocalipsis de madera dorada, terminando tan portentosa máquina un Cristo colosal, cuyos brazos, que se abren contraídos por los dolores corporales, parece van á estrechar en supremo abrazo á todo el linaje humano.

Y Ojeda, sugestionado por esta interpretación y por las raras formas que engendraba el crepúsculo, veía igualmente una teoría angélica sobre un fondo de oro, semejante a los desfiles de santos en los mosaicos bizantinos. Iba extinguiéndose la luz, y con la sombra naciente y la disolución de los vapores desleídos en el crepúsculo se borraron poco a poco las celestes figuras.

Imaginóse que ella y Pedro no llegaban del lodazal de la tierra, sino de los espacios lumbrosos que los rodeaban. Habían atravesado en raudo vuelo el éter, y vinieron á posarse como dos pájaros celestes sobre aquella roca. Pero no tardarían en alzarse de nuevo para sumirse otra vez en los senos azules del firmamento y alcanzar otros sitios de mayor gloria.

El conjunto era singularmente bello. Aquel repicar vario y caprichoso, sin unidad ni medida, tan distinto del otro con que se anuncian los días solemnes y las fiestas clásicas, tenía algo de la maravillosa música moderna en que parece que los instrumentos van libres, de su cuenta, campando por sus respetos, desdeñando compás y disciplina, huyendo los unos de los otros, pero que de pronto se unen y concuerdan en rara e incomparable harmonía que primero sorprende, luego subyuga, y, por último, nos hace ver bosques silenciosos, regiones celestes sin nubes ni celajes, cerúleos adormecidos mares.

Por desgracia se encontraba en la banda, un animalucho con un bonete en la cabeza, que cortando el hilo á todos los filósofos dixo que él sabia el secreto, que se hallaba en la Suma de Santo Tomas; y mirando de pies á cabeza á los dos moradores celestes, les sustentó que sus personas, sus mundos, sus soles y sus estrellas, todo habia sido criado para el hombre.

Pero noten ustedes cómo en medio de lo ridículo del caso resalta siempre la soberbia y la insolencia del clero... ¡Siempre disponiendo de los rayos celestes, como si Dios les hubiera dado a ellos la llave!... Eso es insufrible, y cien veces lo he dicho y lo repetiré otras ciento: la dureza y la intransigencia del clero es lo que está carcomiendo la Iglesia de España.

"Cantos celestes, poderosos y dulces, ?porque me buscais entre el polvo? Haceos oir a los humanos a quienes podeis consolar. Escucho el mensage que me traeis, pero me falta la fe para creerlo. El milagro es el hijo querido de la fe. Sin embargo, acostumbrado a oir estos cantos desde la infancia, me llaman a la vida.

Palabra del Dia

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