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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Ve a ver lo que hace dijo papá; sin duda te ha de necesitar. Salí de un brinco y a saltos subí la escalera que conducía a su habitación. Esta estaba cerrada. ¡Marta, abre! Soy yo. Nadie se movió. Rogué, supliqué, prometí repararlo todo, le prodigué mil nombres cariñosos: todo fue inútil.
Recordé cosas y sucesos pasados; evoqué memorias dolorosas de la niñez, pesares y amarguras infantiles; los tristes días de colegio, las melancolías del primer amor. Uno a uno desfilaron delante de mí parientes cariñosos, fieles servidores, amigos nunca olvidados.
Todos aquellos recuerdos de sus cariñosos amigos quedaron pronto bien acondicionados en el zurrón, sobre el cual el previsor hermano Atanasio colocó también un paquete que recomendó mucho á Roger y que según descubrió éste después, contenía una hogaza de pan blanco, un magnífico queso y una botella de buen vino.
Tantas emociones trastornaban su espíritu aniquilando sus fuerzas, y para ella el gozo era casi tan peligroso como la pena. Al volver a abrir los ojos vio a Amaury arrodillado junto a ella y a su padre estrechándola contra su pecho. Besaba el uno sus manos y el otro prodigábale cuidados, llamándola con los nombres más cariñosos.
Los hombres de guerra y de aventuras en todos tiempos, y más aún en el siglo XVI, no han pecado por lo cariñosos y suaves; y en dicha época había dos corrientes de sentimientos y de ideas que endurecían más sus entrañas: el fanatismo religioso de la Edad Media persistente aún, y el renacimiento pagano, que, al traernos las elegancias y los primores, las artes y las letras de la clásica antigüedad, nos trajo también no poco de su corrupción, de sus vicios, de sus pasiones sensuales y de su sed de deleites y bienes de fortuna.
Serafina siempre se inmutaba al entrar en escena; él la animaba con una sonrisa que ella parecía agradecerle con los ojos, cariñosos, maternales, como pensaba el marido de Emma.
Bajó, pues, la santa, y encontró a su amiga un poco adusta, observando los cariñosos extremos de Jacinta con aquel canario de alcoba que estaba en su poder, como si se lo hubiera encontrado en la calle o se lo hubieran puesto en una cesta a la puerta de su casa.
Y entretanto que la señora Princetot les hacía las más prolijas recomendaciones, sonreía el Príncipe, guiñaba sus ojos llenos de malicia y con su gordinflona mano acariciaba suavemente el hombro de Simón y le daba cariñosos golpecitos, mientras le contemplaba lleno de una profunda beatitud. Esté tranquila la madre, no le pasará nada a su hijito... decía el Príncipe a su mujer.
Resistíose el infeliz á esta bárbara egecucion, así por los cariñosos ruegos de la madre, como por los tiernos sollozos de los hijos, sin que bastase tan compasivo espectáculo á enternecer los corazones empedernidos de aquellos tiranos, que se resolvieron degollar al padre, y á los hijos á vista de la madre, por mas diligencias y lágrimas que empleó para libertarlos, y habiendo abortado con el dolor y susto, acudieron rabiosos á examinar el feto, y hallando que era varon, le quitaron la vida, antes que espirase naturalmente.
Como consecuencia de este suceso trágico quedó decidido que Demetria pasase á un colegio y allí permaneciese algún tiempo, «á ver si lograban desasnarla». Con esto, las cartas que de vez en cuando escribía á Canzana eran cada vez más tristes. Y ¡caso extraño! cuanto más tristes eran, más alegraban á la tía Felicia. Allá en el fondo de su corazón la buena mujer se decía: «¡no me olvida!» No, no la olvidaba, ni tampoco á Nolo para quien daba siempre cariñosos recuerdos en sus cartas. El mozo de la Braña sentía, cada vez que la tía Felicia ó el tío Goro se los transmitían, un íntimo gozo mezclado de tristeza. Á pesar de aquellos recuerdos comprendía que Demetria se alejaba de él cada vez más. Por eso se esforzaba en borrarla de su memoria, aunque sin conseguirlo. Tan poco lo conseguía, que en cuanto le era posible hallar un mínimo pretexto se escapaba á Canzana para visitar á los padres de su novia y hablar de ella.
Palabra del Dia
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