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Actualizado: 9 de julio de 2025


Míreme usted bien. , señora. Por lo que en París nos dijeron, ha sido un milagro. Un milagro del cariño y del amor, señora. ¡La condesa, mi madre, es tan buena! ¡Mi marido me quiere tanto! ¡Ah!... ¡Qué niño tan lindo ése que juega allí bajó! ¿Es de usted, señora? Germana se levantó del banco, miró a la viuda y retrocedió atemorizada, como si hubiese pisado una serpiente.

Cuando le conocí todo Madrid le llamaba Pepe García, o el vizconde de Manjirón. ¿Cómo podía yo suponer que fuese el hijo de don Ulpiano? Desde que lo supe se me hizo aborrecible. Me parecía que su riqueza, el lujo que me daba, sus regaños sin cariño y sus caricias sin ternura, todo era un sarcasmo continuo, una mofa brutal y despiadada de la suerte.

Sólo insistiré, para concluir, en que el cariño vale más que el amor, porque es más sostenible, más durable, más permanente.

Apenas estuvo en ellas, cuando rompiendo el sobre de la carta destinada a su mujer, leyó estas palabras que no estaban firmadas, pero cuya procedencia no había como poner en duda: «Esté tranquila. Por su cariño tendré consideración con élEl primer movimiento del señor de Maurescamp, siempre dispuesto a la cólera, fue romper y echar al fuego aquel insolente billete.

Este era duro, inflexible y tiránico, más bien juez de su hogar, que padre de su familia; de aquellos que no inspiran cariño y respeto, sino miedo y terror a los hijos; que usan el azoto, el encierro y el ayuno, como medios de represión.

A los ojos de Bettina, la vuelta de vals que dio, toma las proporciones de un crimen; es horrible lo que ha hecho. Y después no tuvo valor ni franqueza en la última conversación con Juan. El no podía, no se atrevía a decir nada, pero ella debió demostrar más cariño, más confianza. Triste y enfermo como estaba, no debió nunca dejarlo partir a pie. Debió haberlo retenido, retenido a toda costa.

Doña Inés, además, le tenía sorbidos los sesos. Doña Inés le infundía una veneración y un cariño alambicadamente espirituales, que la convertían para él en oráculo.

Amalia, que apenas le conocía, comenzó a observarle con viva curiosidad. Tanto se le había hablado de él, del cariño y respeto que profesaba a su madre, de su humor melancólico, de sus habilidades, de su piedad exagerada, que deseaba tratarle con intimidad; quería penetrar en el alma de aquel mancebo tan apuesto y tan inocente. No tardó en convencerse de que el amor aún no había prendido en ella.

Y sobre todo se guardó muy bien de emitir ninguna idea científica o filosófica, pues por experiencia sabía que esto era lo que no se perdonaba en aquella sociedad. Hasta procuró refrenarse cuando alguno de aquellos jóvenes le inspiraba más simpatía y afecto que los otros. El cariño es en ridículo y precisa guardarlo en el fondo del corazón.

Demasiado siento lo que he hecho, dijo Roger sentándose junto á ella y ocultando el rostro entre las manos. ¡Dios me asista! En aquel momento perdí la serenidad, me olvidé de todo, y si tarda un momento más en soltaros... ¡Á mi único hermano, al hombre en cuya casa pensaba vivir y cuyo cariño ansiaba conquistarme! ¡Cuán débil he sido! ¿Débil? repuso ella.

Palabra del Dia

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