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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Toda palabra humana es pálida para revelar la intensidad de mi cariño. Ante su presencia mi corazón es un altar encendido para adorar su bondad, su nobleza y su inteligencia.

El mismo corazón divino parece entendernos, hablarnos, comprendernos y abrirse, en el corazón de nuestros amigos. No he tenido privilegiados en ningún lance de mi vida; cuando me han sido arrebatados, no he creído jamás haberlos perdido, ¡tan presentes los tengo! Poseo ahora un cariño extraordinario a la joven y bellísima Mme.

Pero con todo eso, el Pereda de mi más íntima predilección y fervoroso cariño será siempre el Pereda que veranea en Polanco, y que en invierno habita en el muelle de Santander, un poco antes de llegar a la capitanía del puerto, en el teatro mismo de las hazañas de Cafetera y de la lúgubre partida de El Tuerto, para morir en la fiera rompiente de las Quebrantas.

Entonces Velázquez, deponiendo las últimas migajas de orgullo que le quedaban, profirió con voz temblorosa: He pasado una noche y un día muy amargos, Soledad. Me parecía imposible que un cariño de toda la vida pudiera romperse en un minuto.

El primogénito de los claques fue objeto de una serie de transacciones y reventas chalanescas, hasta que lo adquirió por dos cuartos un cierto vecino de la casa, que tenía la especialidad de hacer el higuí en los Carnavales. Adoración se pegaba a doña Jacinta desde que la veía entrar. Era como una idolatría el cariño de aquella chicuela.

Cuando tardaba en ir por su cuarto, se impacientaba y le daba quejas cariñosas lo mismo que un amante rendido y llagado de amor. Cuando entraba, sus ojos no la abandonaban ni un instante, cual si estuviesen bajo la influencia de un encanto o fascinación. Aquellos ojos expresaban cariño profundo, gratitud, admiración, respeto, entusiasmo, lo expresaban todo... menos amor. Cecilia bien lo leía.

Llamábanla ama no porque jamás lo hubiera sido de cría, sino porque había sido ama de gobierno del señor Cura. Estaba ya más cerca de los sesenta que de los cincuenta años, y había cuidado con grande esmero y cariño de Beatriz y de Inés desde que ellas habían quedado huérfanas.

Por consiguiente, al pedir usted mi mano, no espera, no puede esperar, que le con ella ese cariño, ni las llaves de mi corazón, ni el derecho de preguntarme siquiera por lo que yo tenga encerrado en él.

Estos señores tenían á mano la juventud del país y no necesitaban exponer sus capitales en el otro mundo. Igual fracaso le acompañaba cuando, con repentinas muestras de cariño, quería convencer á don Marcelo de que tres mil francos al mes son una miseria.

Señora condesa, yo a ser usted me reiría de don Diego y de las mortificaciones de cuantas marquesas impertinentes peinan canas y guardan pergaminos en el mundo. ¡Ah, Gabriel; eso puede decirse; pero si comprendieras bien lo que me pasa! exclamó con pena . ¿Creerás que se han empeñado en que mi hija no me tenga amor ni cariño alguno?

Palabra del Dia

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