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La entrevista con Tristán en casa de Escudero se resintió de tal confusión de ideas, de este choque de sentimientos tan diversos. Hubo instantes de emoción intensa, de demostraciones de cariño frenético; pero los hubo también de visible y extraña frialdad.

La carta llegó sin contratiempo a poder de Gregoria, que se pasmó de tal proyecto, quedando aturdida y sin saber qué hacer; vinieron a las manos su pudor y su cariño, el deber filial y su conciencia, y en esta lucha y en este sobresalto estaba, cuando llegó la hora de sentarse a la mesa. Anochecía.

Que , sufriendo y ocultándomelo, revelas una falta grande de confianza, que es falta de cariño; y yo, aquejerándome, como dicen en Andalucía, por tu reserva, demuestro quererte mil veces más. Pero, ¿de dónde has sacado que tengo disgustos? Eso te faltaba, añadir el disimulo a la falta de confianza. ¿No quieres decirme lo que te pasa?

También Rufita González echó sus garbancitos fuera de la olla, disparándose sobre el tema de su «primo carnal» al enseñar a los de Peleches el gabinete que se le había dispuesto «en aquella pobreza», por si tenía a bien aceptarle cuando viniera, con el cariño con que había de serle ofrecido.

Calculaba don Andrés que él podía prestar dos muy importantes servicios: uno, a doña Inés, impidiendo que su padre la avergonzase casándose con una muchacha de tan ruin y humilde clase, y otro a don Paco, abriéndole los ojos, para que al fin comprendiese que Juanita no le quería sino por interés, y que él no debía casarse con ella por ser indigna de su cariño.

El Padre, encadenado por el respeto, teniendo en cuenta su estado, sus votos y su posición, se había guardado bien de manifestar su cariño de un modo que hiciese sospechar ni remotamente que no era legítimo y sin tacha; pero, sin duda, que en el fondo de su alma le sentía.

En esta oscuridad, y siendo además D. Miguel poco entusiasta, quería con moderación a doña Luz; pero la quería con toda la fuerza de alma de que él podía disponer para el cariño, que era poquísima. Doña Luz, en cambio, idolatraba al cura de cierta manera.

A un colegio..., que no fuera colegio precisamente, donde se la guardaran, por de pronto, durante el día, y la enseñaran lo que ella dispusiera, más por entretenimiento que por cultivo; donde hallara un cariño y unos cuidados y unas compañías que sustituyeran, en todo lo posible, el amor y el amparo de su madre, y, sobre todo, donde no corriera los riesgos que la amenazaban en su propio hogar.

La viveza de las efusiones de Juana me pareció singular, pero era tan tierna, tan encantadora, que atribuí á la amistad lo que debía explicarse por pasión. Tomé mucho cariño á aquella muchacha, sin sospechar cómo me amaba ella, y solamente una noche, al volver de la ópera, tuve la revelación repentina de lo que pasaba en su ánimo.

Imposible parece que quien tiene manos como Pepita tenga pensamiento impuro, ni idea grosera, ni proyecto ruin que esté en discordancia con las limpias manos que deben ejecutarle. No hay que decir que mi padre se mostró tan embelesado como siempre de Pepita, y ella tan fina y cariñosa con él, si bien con un cariño más filial de lo que mi padre quisiera.