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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Era el suyo un cariño opresor, un tirano. Fermo, además de su hijo, era su capital, una fábrica de dinero.
Además, cuando ella le trataba con tanto cariño, seguramente le quería. Los escrúpulos eran lo único que les mantenía separados y él se encargaba de allanarlos violentamente en la primera ocasión propicia.
A partir de ese día, Marta redobló su cariño y su bondad hacia mí, pero yo no quería verlo; permanecía impenetrable para ella como ella lo había sido para mí, y en mi alma se arraigó, cada vez más profundamente, el sentimiento penoso de que el mundo no necesitaba de mi amor. Es evidente que un incidente como éste, por sí solo, no podía tener una influencia decisiva sobre mi carácter.
La perspectiva de que al empobrecer fuese aquel hombre más fácilmente suyo, el afán de mostrarle cariño, y lo mucho que don Juan se había arrimado a ella, la pusieron hermosísima. Tenía los ojos húmedos y brillantes, los labios secos y la tez muy pálida. Sus miradas variaban rápidamente de expresión; tan pronto parecían medrosas, como lucía en ellas la llamarada propia del deseo amoroso.
Así iba agrandando sus propiedades, y siempre risueño, las gafas sobre la frente y el estómago cada vez más voluminoso, se le veía entre sus víctimas, tuteándolas con fraternal cariño, dándolas palmaditas en la espalda cuando llegaban con nuevas peticiones y jurando que le haría morir en la calle como un perro aquella manía de hacer favores.
La cama albeaba en un rincón; el cariño velaba cerca de mí, y el aguacero con su ruido monótono me arrullaría dulcemente. ¡A la cama! Un soplo.... ¡Pfff! Ahora, como dijo Bécquer: A dormir y roncar como un sochantre. No sé a qué hora desperté. Desconocí el sitio en que me hallaba, me volví del otro lado y seguí durmiendo hasta las ocho de la mañana.
Cada noche que el príncipe colgaba su reloj en la relojera y cada mañana que se ponía las zapatillas para ir al cuarto de baño, no podía menos de recordar conmovido el cariño de su mujer. Y llegó a idolatrarla. Fue muy feliz. Fue también un buen rey, porque tuvo la suerte de que muriera pronto su abuelo y le dejase el trono.
Solo á las amonestaciones de un personage que por respeto se calla, era á las que daba cabida el rey D. Fernando. Este personaje se supo grangear su cariño por su bella cualidad, que era la de todo adulador, logrando con sus palabras henchir el pecho del monarca cada dia de mayor pasion. Aun la misma reina Isabel tuvo en muchas ocasiones que valerse de este favorito para hablar con su real esposo.
El mozo tragó la saliva con alguna dificultad, y balbució unas, entrecortadas frases de consuelo; estaba emocionado y torpe. Le miró el enfermo con cariño, y tomándole las manos cordialmente, le dijo: Vamos, hay que ser hombres de veras; yo he andado, hijo mío, temerosos caminos sin temblar, y es preciso que no me acobarde en el anhelo de este último que voy a emprender.
D.ª Marciala, viendo al padre Narciso cada vez más inclinado a admitir y agradecer la fervorosa admiración de D.ª Filomena, mostraba su sentimiento y despecho, acercándose a D. Melchor y hablándole con afectado cariño. D.ª Filomena, después de algunos años de adoración resignada, silenciosa, había llegado, cuando ya no lo esperaba, a la meta de sus aspiraciones.
Palabra del Dia
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