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Actualizado: 2 de julio de 2025


Allí en campo cercado de arena miro brillar numerosa comitiva. ¿Serán éstos pacíficos viajeros, o salteadores que acechan los pasos del peregrino? Corro a ellos y no se mueven, les grito y nada me responden. ¡Oh Dios! éstos son cadáveres, es la antigua caravana exhumada por el viento del hondo de las arenas.

En los parajes donde en remotas edades corría un caudaloso río, la caravana duerme tranquilamente en nuestros días durante las noches, y cuando quiere calmar su sed no le queda otro remedio que practicar un hoyo en la arena con la punta de su lanza, para buscar algunas gotas de agua que no siempre halla. #Las riberas y los islotes#

También acampaban frente a esta cara de Madrid, que era la más hermosa, los vagabundos, los desesperados, los abortos de la sombra, toda la muchedumbre que él había visto una noche, con los ojos de la imaginación, rondando en torno de los felices, de la caravana dormida en el beatífico sopor del hartazgo.

Evité discusiones, les hice salir, coloqué a mis angelitos en el palanquín, y ordenando la marcha, comprendí que me sería más fácil arrojarme a un despeñadero a uno de los lados del camino, antes que dejar solitas a Mimí y Dizzy. En el primer punto a propósito hice alto, y allí esperamos la reunión de la caravana que tan atrás había quedado.

La desolacion de Goldau y del flanco de la montaña hace el mas rudo contraste con el bello panorama de la hoya y el resto del valle, desde el lago de Zug hasta las márgenes del Muotta. Eran las tres de la tarde cuando empezamos á subir el Rigi, en caravana con otros diez ó doce excursionistas.

Se columbró muy pronto la mancha gris del pedregal sobre el fondo blanquísimo y esponjado de la nieve; diez minutos después se dibujó perfectamente la boca de la cueva, y desde un poco más adelante, algo que no estaba enteramente quieto dentro de sus mandíbulas abiertas y desencajadas; cincuenta pasos más, y hasta los menos sutiles de vista conocieron en lo que parecía mendrugo de aquel gaznate descomunal y olfateaban ya los perros de la caravana, a Pepazos en cuerpo y alma.

¡Si la hace con una limosna el señor mayorazgo!... He llegado a ser tan pobre como vosotros. Si no tuviese abierta la sepultura, tendría que ir en vuestra caravana por los caminos, mendigando el pan. La muerte ya marcó mis horas, y para poder morir en paz, he abandonado a mis hijos todo cuanto tenía. ¿Y adónde va en esta noche? Ya os dije que voy a morir.

Los vagabundos del desierto social, los desertores de la caravana, los expulsados de ella, las fieras, los abortos de la noche, rondaban en torno del vivac, sin atreverse a salir del círculo de tinieblas, por miedo a afrontar la luz. Les cegaba el fuego; intimidábales con glacial escalofrío el brillar de las armas caídas junto a los durmientes.

La algazara de los niños, el ruido que hacen las cabalgaduras al caminar por entre los guijarros de la sierra, el canto de los mirlos, las detonaciones que producen los escopetazos que mi marido y el guarda tiran a las perdices, forman, en conjunto, un ruido semejante al de una caravana a la llegada al oasis.

Terminado el almuerzo, se dispuso la siesta bajo la caliginosidad creciente de un día de fuego y poco después de las 4 la caravana continuó su marcha en línea recta, a la «Celia». Durante esta jornada se habló de Anastasio especialmente, pues habían quedado Lorenzo y Ricardo impresionados con él.

Palabra del Dia

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