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Aunque parecían estatuas, no lo eran; pues se escabulleron como el humo otros dos, y sólo quedó una pareja detrás del P. Cándido, que respondió: Padre Prior, no vengo por asuntos de la biblioteca. ¿No? Pues entonces ¿qué se le ofrece? Huéleme á impertinencia, y le advierto que... Pero, vamos, ¿se puede saber lo que hay?

Pero lo que le daba más que hacer, lo que la tenía inquieta siempre y recelosa era la guarda de Maripepa, una niña que no acababa de sentar la cabeza. Siempre vigilante, siempre detrás de ella á fin de que no cayese en las redes que por todas partes le tendían sus apasionados. Porque no sólo era Regalado quien osaba turbar su cándido corazón.

Después, otro y otro, hasta nueve, que a la gente, inmóvil por la sorpresa, le parecieron infinitos en número. Era la guardia, que hacía fuego antes de que ellos se pusieran delante de los fusiles. La sorpresa y el terror dieron a algunos un cándido heroísmo. Avanzaban gritando, con los brazos abiertos. ¡No tiréis, hermanos, que nos han vendío!... ¡Hermanos: que no venimos por la mala!...

Preso ya aquel pájaro, no tardó el monedero Juan Ruíz en caer en las garras de la justicia, capturándolo el mismo don Cándido Molina Sotomayor á las pocas noches en la plazuela del Horno, después de arriesgados trabajos.

Aunque Julita le proporcionaba con su alegría infantil y cándido donaire gratísimos momentos, estaban amargamente compensados éstos por el malestar que le producía el carácter rígido, inflexible, de la brigadiera.

Habian sido presos por tanto un Vizcayno que estaba convicto de haberse casado con su comadre, y dos Portugueses que se habían comido un pollo un viernes, y la olla sin tocino un sábado; y despues de comer se lleváron atados al doctor Panglós y su discípulo Candido, al uno por lo que habia dicho, y al otro por haberle escuchado con ademan de aprobar lo que decia.

No quiso Candido oir mas, y confesó que Martin tenia razón. Sentáronse luego á la mesa con Paquita y el frayle Francisco; fué bastante alegre la comida, y de sobremesa habláron con alguna confianza. Díxole Candido al frayle: Paréceme, padre, que disfruta Vuestra Reverencia de una suerte envidiable.

Al entrar este ve al azotado Candido con la espada en la mano, un muerto en el suelo, Cunegunda asustada, y la vieja dando consejos.

Puedes excusarte diciendo que no has recibido la carta, observó la esposa. 115 Dices bien. Y, en efecto, nuestro hombre tomó la pluma y escribió lo siguiente: Señor don Cándido: siento infinito no poder servirle; pero no he recibido la carta en que me pidió los mil reales que 120 desea. Suyo, etc. Un hombre muy rico envió por un médico para curarle de su enfermedad, que era pura aprensión.

Volviéndose luego á Martin, le dixo: ¿Quién piensa vm. que es mas digno de compasion, el emperador Acmet, el emperador Ivan, el rey Carlos Eduardo, ó yo? No lo , dixo Martin, y menester fuera hallarme dentro del pecho de vms. para saberlo. Ha, dixo Candido, si estuviera aquí Panglós, el lo sabria, y nos lo diria.