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Actualizado: 15 de noviembre de 2025
Muy hermosa la isla y su romántico albergue durante los primeros meses, cuando lucía el sol, estaban verdes los árboles y las costumbres isleñas ejercían sobre su ánimo el encanto de una novedad bizarra. Pero había venido el mal tiempo, la soledad era intolerable, y la vida de los campesinos se le aparecía con toda la rudeza de sus bárbaras pasiones.
Las habas, a pesar del anatema de Pitágoras, que tal vez las condenó como afrodisíacas, son el principal alimento de los campesinos de mi tierra. El guiso en que las preparan, llamado por excelencia cocina, es riquísimo.
Los demás los campesinos que pasaban en sus cochecillos saltarines, los cocheros de punto procedentes de la ciudad, los ciclistas, siempre apresurados sobre sus máquinas silenciosas estaban habituados a ver el alto muro y no paraban en él la atención.
Confiado en Dios, en su derecho y en su valentía, sin arredrarse, se acercó a la puerta del castillo. Todo estaba mudado. En torno, soledad y silencio. Aunque era medio día, Plácido no vio ni hombres de armas ni campesinos. El puente levadizo, tendido sobre el foso, dejaba franca la entrada. El escudo de piedra berroqueña, que había sobre la puerta principal, estaba cubierto de negro paño de luto.
La sequía, cruel calamidad de las llanuras andaluzas, les hacía discurrir tardes enteras; y cuando, después de largas semanas de expectación, el cielo encapotado soltaba algunas gotas gruesas y calientes, los grandes señores campesinos sonreían gozosos, frotándose las manos, y el marqués decía sentenciosamente, mirando los anchos redondeles que mojaban la acera: ¡La gloria e Dió!... Ca gota de esas es una monea de sinco duros.
La misma luz, el aspecto de siempre, pero él se imaginaba oír en el silencio nocturno nuevos ruidos, ecos de cantos, la voz de Margalida. Allí estaría el Ferrer odioso, y aquel pobre diablo del Cantó, y todos los atlots bárbaros y rudos, con sus trajes ridículos. ¡Gran Dios! ¿Cómo habían podido gustarle estos campesinos?... ¡Con lo que él había visto en el mundo!...
Bien lo decía el joven Antero en una de las cartas que cada poco tiempo enviaba al Eco de Asturias: «El sol de la industria ilumina ya este valle, antes tan oscuro, y esparce sus rayos vivificantes sobre estos pobres campesinos subviniendo á sus necesidades, llevando á su frío hogar el alimento y el bienestar, etc., etc.»
Todo lo cual no nos priva de ensalzar las ventajas que tienen los Cármenes de Granada sobre las estepas de Rusia, ni de empeñarnos en que usen tirillas y fraque las kabilas de Anghera, y en que dejen sus tardas yuntas por las veloces locomotoras nuestros patriarcales campesinos....
El honor militar tal como había venido entendiéndose á través de los siglos lo desconocían también sus generales. Estos especialistas del incendio de poblaciones, estos técnicos del fusilamiento de campesinos, estos artífices del terror, al ver próximo el desastre, se marchaban tranquilamente á sus castillos, como oficinistas que abandonan el trabajo.
El verdadero peligro para el porvenir, es el que el agua, considerada con justicia por los campesinos como el más preciado de sus tesoros, sea utilizada hasta la última gota por los primeros en disfrutarla. En vez de amenazar los campos con sus crecidas, el arroyo, sangrado por innumerables arterias, puede quedarse seco, dejando en la pobreza á los ribereños de su curso interior.
Palabra del Dia
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