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Actualizado: 23 de junio de 2025


Y así, con aquel espacio y silencio caminaron hasta dos leguas, que llegaron a un valle, donde le pareció al boyero ser lugar acomodado para reposar y dar pasto a los bueyes; y, comunicándolo con el cura, fue de parecer el barbero que caminasen un poco más, porque él sabía, detrás de un recuesto que cerca de allí se mostraba, había un valle de más yerba y mucho mejor que aquel donde parar querían.

El jorobado marchaba detrás, satisfecho de no pasar por la humillación de que su hija le tapase, pues a causa de la gran diferencia de estatura así sucedía siempre. Caminaron unos instantes en silencio, escuchando el estruendo lejano del mar que batía contra las peñas y el leve rumor de la lluvia sobre el paraguas.

La joven volvió también el rostro. Sus ojos se encontraron y sonrieron. Después, cogidos por los dedos, caminaron en silencio. Poco a poco iban acortando el paso. Al cruzar por delante de un caserío, les salió al encuentro un perro ladrando. Bastó que Andrés se bajara a coger una piedra para que el can se alejase. Este suceso les sirvió de tema para charlar algunos momentos.

Aún caminaron otra buena hora, pero fuera de sendero, por campos de tierra movediza con ocultos pedruscos, en los que tropezaban. Isidro, al atravesar una viña, chocó con un ceporro, hiriéndose una pierna. Pero ¿dónde estaban aquellos bosques de El Pardo, que parecían correr hundiéndose en la sombra?... ¡Animo! decía el Mosco en voz queda . Ya estamos cerca; ya veo las tapias.

Caminaron por la calle del Príncipe, donde el club está situado, a paso lento, observando con fijeza a las mujeres que cruzaban.

Andrés se puso triste repentinamente, y caminaron en silencio hasta llegar a la posada, que estaba a la salida de la villa. Fueron a la cuadra, enjaezó Celesto los caballos, sacáronlos fuera. ¡En marcha, en marcha!... No; todavía no. Celesto no se siente bien del estómago, y se hace servir una copa de ginebra, que bebe de un trago, como quien vierte el contenido en otra vasija.

Así caminaron en silencio. Doña Sol parecía adormecida en el hombro del torero. De pronto se abrieron sus ojos, brillando en ellos la expresión extraña que era precursora de las más raras preguntas. Di: ¿no has matado nunca a un hombre? Gallardo se agitó, llegando en su asombro a despegarse de doña Sol. ¡Quién! ¿él?... Nunca.

Y los valles se sucedían unos a otros; el trineo subía, bajaba, volvía a la derecha, después a la izquierda, y los guerrilleros, con la bayoneta calada, seguían la marcha sin detenerse. De este modo caminaron todos hasta las tres de la madrugada, en que llegaron a la pradera de Brimbelles, sitio en el cual se ve hoy todavía una hermosa encina que avanza sobre el camino, al dar la vuelta al valle.

Después que lleguemos a ese bosque vas a experimentar una sorpresa. ¿De veras? Ya verás, ya verás. En efecto, así que estuvieron en el bosque y caminaron algún tiempo por él, tropezaron con una cueva tapada a medias por los árboles y la maleza. Marta, sin decir palabra, se introdujo en ella, y en dos segundos desapareció.

Volvieron al anochecer, sin mas noticia que haber hallado toda la tierra llena de peñascos y espinas, en cuatro leguas que caminaron, y de las espinas traian los soldados lastimadas las piernas, por ser muy agudas.

Palabra del Dia

irrascible

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