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Actualizado: 17 de junio de 2025


La contemplaba tal como se la había descrito muchas veces el «finado tío», en el estrado de su caserón de Salta, con ricas medias de seda, de las cuales cambiaba tres pares por día, mirándose con un orgullo de raza sus breves pies estrechamente calzados.

De vez en cuando sacaba la cabeza fuera del carruaje y respiraba el aire fresco de la noche para evitar que los sollozos le ahogaran. El misterioso y vago contorno de las ondulaciones del paisaje envuelto en las sombras cambiaba su desesperación en desconsuelo, que poco a poco se iba transformando en melancolía solemne, como los obscuros celajes que se cernían sobre la tierra aun más obscura.

El insigne fisiólogo vio hasta cierto punto comprobadas sus felices adivinaciones. En el corto tiempo de que dispuso observó que la sangre de la masa encefálica cambiaba de color en diferentes sitios, tornándose unas veces más clara, otras más oscura. Era, pues, exacto que la fabricación del pensamiento debía de semejar bastante a una destilería, como él había presumido.

Aquella mujer dominante y soez se gozaba en vejarla de mil modos, cosa que no había hecho ninguna de sus antecesoras. En el paseo, cuando iba con su marido en coche, el de la Amparo se colocaba a su lado: con cínico descaro la ex florista cambiaba con el duque sonrisas de inteligencia.

El puerto viejo, encajonado en plena ciudad, cambiaba de aspecto según las horas y el estado de la atmósfera. En las mañanas serenas era de un verde amarillento y olía ligeramente á agua descompuesta: agua orgánica, agua animal. Los puestos de ostras y erizos establecidos en sus muelles parecían rociados con esta agua impregnada de mariscos.

La mecedora de Lucía, más echada hacia adelante que hacia atrás, cambiaba de súbito de posición, como obediente a un gesto enérgico y contenido de su dueña. Juan no viene: ¡te digo que Juan no viene! ¿Por qué, Lucía, si sabes que si no viene te da pena? ¿Y no te pareció Pedro Real muy arrogante?

De tarde en tarde llegaban vagas noticias que hacían palidecer de rabia a la noble señora. Unas veces la veían en París, otras en Madrid, llevando una vida de cocotte elegante. Cambiaba con frecuencia de protectores, pues los atraía a docenas con su gracia picaresca.

Señá Diega enseñar vicio ella. ¿Y por qué tienes contigo a esa gansirula, que no sirve para nada?». Contole el ciego que Pedra era huérfana; su padre fue empleado en el Matadero de cerdos, con perdón, y su madre cambiaba en la calle de la Ruda. Murieron los dos, con diferencia de días, por haber comido gato.

El aire caldeado no recogía del río ninguna humedad. Sentíase igualmente abrasador, insufrible, que en medio de la ciudad. La luz, al huirse, cambiaba poco a poco los colores del cielo, repartiendo sobre él infinitos matices, imposibles de nombrar. Sobre la tierra derramaba una triste palidez, que tornaba las cosas incoloras y las confundía y las borraba.

Era su médico predilecto, a temporadas, porque ella, fijo y único, no lo quería. Cambiaba de médico como pudiera cambiar de favorito si fuese una Cristina de Suecia o una Catalina de Rusia, y siempre tenía en movimiento un ministerio de doctores. Aguado era de los que más tiempo ocupaban el poder, por ser especialista en enfermedades de la matriz, y en histérico, flato y aprensiones, total flato.

Palabra del Dia

rigoleto

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