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Actualizado: 17 de junio de 2025


Mientras se vestía á toda prisa, pudo adivinar que el timón estaba funcionando violentamente y el buque cambiaba de rumbo. Al subir, le bastó una ojeada para convencerse de que el vapor no corría peligro. Todo en él presentaba un aspecto normal. El mar, todavía obscuro, batía mansamente sus costados, mientras seguía avanzando con una marcha uniforme. Las cubiertas estaban limpias de pasajeros.

Noté que cambiaba de color y en vez de contestar a su mirada tranquila mis ojos se detuvieron torpemente sobre un lazo de diamantes que fulguraba en lo alto del cuerpo escotado. Un instante estuvimos frente a frente, ella cortada, yo turbadísimo. Seguramente nadie sospechó el rápido cambio de impresiones que nos advirtió a los dos que habían sido heridos delicados pudores.

Juanita no se arrepentía nunca de lo que había hecho, después de haberlo reflexionado bien o mal; pero si su voluntad era firme y hasta terca, su entendimiento vacilaba y cambiaba a menudo, porque, sucesivamente cuando no al mismo tiempo, veía el pro y el contra de todas las cosas. Al hallarse en presencia de don Andrés le asaltaron dudas y sintió algo como remordimiento.

Ayudaba a componer el menú de la cena; elegía los vinos; indicaba los mejores cantantes y cantatrices, a quienes se invitaba también al gabinete. Luego se sentaba en un extremo de la mesa, con su botella de champaña, que los criados le llevaban cada vez que cambiaba de sitio. Cuando le dirigían la palabra se sonreía, y diríase que hablaba mucho, aunque guardaba, en realidad, casi siempre silencio.

Con audacia creciente el pintor cambiaba con ella palabras y bromas no siempre respetuosas; la galanteaba y la requebraba abiertamente, aunque disfrazando su insolencia con la burlona excentricidad de que hacía gala.

, amigo mío, tiene vuestros cabellos y vuestros ojos; me sorprendió que eso no me hubiera llamado la atención antes. Me parece que me tomó aversión al saber que era su padre; noté que cambiaba de actitud al oír mi declaración. Le fue imposible soportar la idea de no considerar a Marner como su padre dijo Nancy, que no deseaba confirmar la dolorosa impresión de su marido.

Crespo tenía bien definida y arraigada su vocación: la naturaleza; Quintanar había llegado a viejo sin saber «cuál era su destino en la tierra», como él decía, usando el lenguaje del tiempo romántico, del que le quedaban algunos resabios. Era el espíritu del ex-regente, de blanda cera; fácilmente tomaba todas las formas y fácilmente las cambiaba por otras nuevas. Creíase hombre de energía, porque a veces usaba en casa un lenguaje imperativo, de bando municipal; pero no era, en rigor, más que una pasta para que otros hiciesen de él lo que quisieran. Así se explicaba que, siendo valiente, jamás hubiese tenido ocasión de mostrar su valor luchando contra una voluntad contraria.

Y para comunicar a la obra el «estilo propio», cambiaba de lugar las comas o el orden de las palabras; escribía «ilustre» allí donde Maltrana había puesto «célebre», o viceversa. Un trabajo pesadísimo para él... ¡Y aún habría quien dudase, al publicar el libro, de que era obra suya!...

María Teresa, por lo contrario, gozaba ante aquella playa desierta y le encontraba encantos no sospechados. Después de la partida de la muchedumbre abigarrada y tumultuosa de los bañistas, le parecía que la Naturaleza cambiaba de aspecto.

Cada dos años, esta humilde estación, por donde pasaban los bienaventurados de la tierra, millonarios de los dos hemisferios, damas bellas y curiosas, gobernantes de naciones, grandes artistas, cambiaba de jefe. Pasaron los tres viajeros junto á los restos de un acueducto y un pavimento antiguos.

Palabra del Dia

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