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Actualizado: 17 de junio de 2025
La señora viuda de Dupont enternecíase viendo la humildad, la gracia cristiana con que su Pablo cambiaba de sitio el misal o manejaba las vinajeras. ¡Un hombre que era el primer millonario de su país, dando a los pobres este ejemplo de humildad para los sacerdotes de Dios; sirviendo de acólito al padre Urizábal!
A medida que el teniente coronel leía el billete, cambiaba de color su rostro; temblaba, presa de una agitación violenta; pero, tomando una doble resolución, se aproximó al joven, que le contemplaba desdeñosamente. Caballero dijo; ¡cuánto deben costar estas palabras a un español!... ¡no tenía razón! Sería un infame si tirase de la espada en semejante combate: lea usted.
¡Bien calculó el maligno Celemín lo que había de ocurrir, y cómo la caballeresca escena cambiaba de carácter y adquiría torpe sentido con sólo disponer los combatientes en la forma antedicha y rasgar oportunamente la trasera de unos gregüescos! Las más sublimes escenas de Shakespeare se hubieran descompuesto en esta piedra de toque.
Cobo, según lo que veía, no adelantaba un paso, lo cual le tranquilizaba. Pero el asunto cambiaba ahora de aspecto. Por eso ya no tomaba parte en la alegría del grupo y dirigía a la pareja unos ojos de carnero que despertaban lástima. Sin embargo, la niña, a su gran satisfacción, no se mostraba demasiado amable con el conde.
En esa llanura inmensa, todo lo que se movía cambiaba de tamaño sin gradaciones ordenadas, desorientando y aturdiendo los ojos todavía no acostumbrados á los caprichos ópticos del desierto. Llegó la joven dando gritos y agitando el lazo para excitar la marcha de la res que venía persiguiendo, hasta que la obligó á refugiarse en un cercado de maderos.
En las horas de fuerte sol, mientras el viejo descansaba, iba la Borda de un lado a otro, mirando las bellezas de su familia, vestida de gala para celebrar la estación. ¡Qué hermosa primavera! Sin duda Dios cambiaba de sitio en las alturas, aproximándose a la tierra.
Gentes de Villanueva u otros pueblos que solían cruzar nuestro camino le saludaban llamándole unas veces señor alcalde y otras señor Domingo; la fórmula cambiaba según el domicilio de los transeúntes, de conformidad con la clase de relación o el grado de dependencia. Buenos días, señor Domingo le decían a través del campo. Eran labriegos, gente de trabajo, agachados sobre los surcos.
Pero Ángel, el autor de aquella novela nonata, en la cual se hilaba tan delgado a propósito de las hijas buenas de madres malas, resultaba, a última hora, pedazo de las entrañas de aquel espectro que parecía no tenerlas para las madres pecadoras, y que la marquesa no podía olvidar, con no haberle visto más que una vez; y con este resultando y aquellas dudas novelescas del mozo, ya el asunto cambiaba de aspecto y de marcha, y hasta cabía pensar en que descarrilara, si el diablo se metía por medio con una de las suyas.
Era de noche, habia luna; para llegar á mi hotel, cruzamos muchas calles, es decir muchos canales: el movimiento, las luces del cielo, los recuerdos que se agolpaban á mi imaginacion del poderío antiguo de la república veneciana, los infinitos palacios de mármol que ví hasta llegar al hotel, el número de góndolas que se cruzaban, las palabras dulces que mi gondolero cambiaba con otro de su oficio cada vez que doblaba una esquina, para evitar un choque; las músicas que oí al pasar por enfrente de la soberbia plaza de San Márcos, todo este conjunto hiriéndome poderosamente la fantasía, hizo que oyera yo con disgusto la voz del gondolero, anunciándome que habíamos llegado al hotel.
En el curso de un año, la playa cambiaba de vecinos; los laúdes ya reparados se hacían á la mar y las embarcaciones de pesca eran armadas y lanzadas al agua; sólo una barca abandonada y sin arboladura permanecía enclavada en la arena, triste, solitaria, sin otra compañía que la del carabinero que se sentaba á su sombra.
Palabra del Dia
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