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Actualizado: 4 de junio de 2025
Por esto pienso si será mentira lo que cuentan del extranjero. ¡Calumnias de ciertos pollos que quieren entrar por uvas y las encuentran verdes! Y riendo de los arrestos de esta mujer, que en ciertos momentos era brava y acometedora como un hombre, repetía las murmuraciones que habían circulado en ciertos clubs de la calle de las Sierpes.
Se tomaban confianzas que eran profanaciones; adquirían pronto una familiaridad importuna que daba ocasión a las calumnias de los necios y de los mal intencionados».
¿Y has creído tú esas calumnias? ¿Y en vez de defenderme y de enfurecerte contra los calumniadores te enfureces contra mí? Juanita dejó escapar irreflexiblemente estas últimas frases. Luego se reprimió y procuró enmendarlas. Creía bruto a Antoñuelo, pero no lo creía cobarde. Si dejó de defenderla fue, no por cobardía, sino por maliciosa necesidad que acepta lo malo como cierto.
Belinchón no había estudiado la gramática, sino por un diminuto epítome allá en la infancia. Pero, como todos los ingenios superiores, si no la sabía, la adivinaba. Los contrarios le sacaban a relucir a cada instante mil disparates de sus artículos. Mas es tal la confianza que nos inspira su genio poderoso, que nunca hemos dado crédito a estas afirmaciones, considerándolas como puras calumnias.
«¿Quieres que te diga una cosa? gritaba el primogénito, descomponiéndose . Pues don Carlos no ha triunfado ya por vuestra culpa, por culpa de los curas. Hay que ir allá, como he ido yo, para hacerse cargo de las intrigas de la gentualla de sotana, que todo lo quiere para sí, y no va más que a desacreditar con calumnias y chismes a los que verdaderamente trabajan.
Nunca se han visto convertidores mas zelosos; unos á otros se perseguían con el mas fervoroso ahinco, escribian á Roma tomos enteros de calumnias, y se trataban de infieles y prevaricadores por un alma.
Nadie supo aquella hazaña, ni el mismo don Santos Barinaga que andaba a caza de las calumnias y verdades que corrían contra La Cruz Roja, como él llamaba, colectivamente, al Provisor y a su madre. En cuanto al miliciano, había callado, jurando odio eterno al clero y a los fusiles de chispa. Era uno de los que al murmurar del Magistral añadían: «¡Si yo hablara!».
Luego, estrujándole con fuerza la máscara sobre el rostro, acabó por arrancársela con rabioso tirón. San Vicente desenvainó a su vez, y exclamando: «¡Muera!», se arrojó sobre su rival. Pero éste le esperaba ya con el acero tendido. Gonzalo se detuvo, y blandiendo furiosamente la espada, gritó de nuevo: Pida perdón el alevoso. Vos a mí, villano, por vuestras calumnias menguadas.
«Mientras yo sueño a todas horas contigo, mientras vivo pensando en tí, tú te complaces en dudar de mis palabras, y temes que, prendado de Gabriela y empujado por una ambición vulgar, desdeñe tu amor olvide que me amas y que vives para mí, y corra en busca de un enlace que me proporcione bienestar y riquezas.... ¿No piensas que me calumnias, que calumnias a tu Rodolfo?
Tal fué el inhumano procedimiento que aquellos piadosos varones del siglo XVII seguían con sus esclavos, á quienes tanto maltrataban y en contra de quienes encima levantaron mil calumnias, y condenaron á remar en galeras, como premio á los servicios que habían prestado.
Palabra del Dia
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